El 2020 ha sido un año duro para todos, en ocasiones muy duro, tal vez uno de los más duros que nos ha tocado vivir. En el mejor de los casos, ha sido uno de los años más inusuales y extraños, y uno de los que por unas razones u otras más recordaremos en el futuro.

Es posible que por culpa de la pandemia del 2020 y todas sus repercusiones sociales, económicas, psicológicas o de otra índole, no te quede un buen sabor de boca al despedirte de él. Es posible incluso que ese sabor sea amargo y desagradable; puede que hayas perdido a seres queridos, o que tu propia salud haya sufrido; que hayas conocido la pérdida de dinero en tu negocio o que incluso ese negocio en el que invertiste toda tu ilusión y esfuerzos, haya quebrado; que te hayas quedado sin trabajo durante un tiempo mayor o menor; que hayas sufrido de forma aguda el aislamiento social; que haya habido tristeza, frustración, rabia y sobre todo mucha zozobra, confusión, sinsentido y miedo al futuro, a medida que uno tras otro los acontecimientos nos iban “golpeando” y “sacudían” nuestra vida habitual, trastornándola a pequeña o gran escala.

Hoy, en un tiempo libre que tenía entre pacientes, fui a tomar un café, y Elena, la camarera de mi cafetería habitual, me dijo: “Estas navidades van a ser flojas”; “¿Flojas? ¿En qué sentido?”, le pregunté. “Pues que la gente está muy triste y sin ganas de celebrar nada”, fue su respuesta.

Este va a ser sin duda un año que no olvidaremos fácilmente. Ha sido, quizás, el año del miedo y la pérdida (un ser querido, un trabajo, un negocio, la sensación de libertad…). Y el miedo llega en forma de intranquilidad, temor o angustia por un futuro incierto; temor a la enfermedad, al futuro del país o de la humanidad… Y aunque hay mucha literatura escrita sobre todo lo bueno que traen las crisis y épocas difíciles, es posible que tú te sientas devastado, con una frustración inmensa, quizás con rabia y desolación, con un sinsentido hacia la vida y hacia todo en general.

Todos nos hemos dado cuenta de que lo que una vez dimos por cierto y sólido: nuestra seguridad, nuestra rutina, ese tener claro que las cosas se mantendrán bajo nuestro control y que pasarán más o menos igual a como pasaron ayer, y antes de ayer, y hace semanas, meses o años… Todo eso al acabar el 2020 parece que es solo un castillo de naipes derrumbado al dar alguien un puñetazo en la mesa, o un mar en calma que se convierte de pronto en una tormenta. Podemos pensar que estamos sometidos a la acción de fuerzas que no entendemos ni podemos controlar. Este año hemos tenido una buena ración de caos en una vida que imaginábamos estandarizada y ordenada. Y los seres humanos (en general, todas las especies del Reino Animal) preferimos lo conocido y nos alejamos del caos.

Y es a ti a quien quiero dirigir esta entrada de blog, si es que ahora sientes esta emoción de zozobra, tristeza, confusión, rabia, miedo o preocupación hacia el futuro. No te voy a decir que escondas todas esas emociones bajo una alfombra y sonrías como si no hubiera pasado nada. Sobre el “Happy thinking” y el “mirar el lado bueno de todo” ya hay mucho escrito. La mayor parte de ello es un material poco eficaz y a veces incluso peligroso, desde el punto de vista psicológico; aunque también hay quien aborda el positivismo con sensatez y seriedad. Tal vez, puede que a ti eso no te sirva ahora. De hecho, puede que te canse o incluso que te enoje toda esa gente con una eterna sonrisa pegada a la cara, que en medio de la devastación o la desgracia ajena, suelta una receta fácil y poco profunda sobre “pensar en positivo hacia todo y hacia todos”.

Por tanto, me gustaría darte algunas ideas que quizás te calmen, o al menos que te den esperanza, pero sin esconder nada debajo de la alfombra… Porque las emociones y recuerdos negativos, cuando se meten una y otra vez bajo la alfombra, convierten esa alfombra en algo peligroso que bulle y se agita, y de la que conviene mantenerse lejos, no sea que salga una garra de debajo de la alfombra y te agarre el tobillo.

Primero de todo, y sin apartar la vista de la miseria, la destrucción, la muerte, la desesperanza, la enfermedad, la ruina y la pobreza, quiero que hagas un esfuerzo consciente por mirar a todas esas personas que ayudan. Los que hacen todo lo que pueden por los demás.

Algunos actúan por y para los demás porque su profesión lo demanda, y llevan a cabo dicha profesión con abnegación, a veces poco protegidos y con ayudas mínimas; y también a veces olvidados cuando la tormenta pasa. Ellos han sido quienes sacaron el agua a cubos del barco para que no se hundiera, mientras los demás estuvieron aterrados en sus camarotes. Gente responsable, abnegada, sufrida, endurecida, héroes anónimos que no aparecen en la televisión ni dan discursos altisonantes en ruedas de prensa, ni se ponen medallas ni alardean de haberlo solucionado todo. Gente que hace lo que tiene que hacer porque es su deber y su responsabilidad, y que lo hacen por y para ti.

Y si todos esos profesionales de la salud o la seguridad deben ser recordados, también debemos recordar a los voluntarios que han prestado su poco o mucho tiempo de ocio, su tiempo libre, para ayudar a los demás. Siempre hay gente así en esta extraña cosa llamada “humanidad”, a menudo oscura, pero con algunos rayos de luz que la purifican.

Profesionales o voluntarios, hay quienes de un modo anónimo y sin exhibicionismo han hecho el trabajo más duro, simplemente porque alguien lo tenía que hacer, ahora les tocaba a ellos, y cumplieron.

Una de las lecciones que nos ha dado el 2020 es que, a pesar de las luchas mezquinas y el egoísmo en el que solemos estar sumergidos, en la desgracia siempre hay gente que “hace lo que debe hacerse”, aunque sea una tarea difícil, dura o ingrata. Tal vez fue una elaborada acción profesional, o solo ese trato amable y esa sonrisa que necesitabas y esa voz cálida cuando estabas nervioso y temeroso (aunque ellos también pueden estar nerviosos y temerosos, pero han de continuar adelante). Ante la devastación, es fácil quedarse solo con el (mal) ejemplo de quienes sacan tajada y beneficio, quienes manipulan y solo miran por su propio interés. Pero también hay muchas personas que construyen, ayudan, aportan, levantan lo que se ha caído y enderezan lo que se ha torcido, incluso aunque estén física y mentalmente al borde del agotamiento. Todas estas personas son nuestros protectores y nuestros ángeles de la guarda, ellos velan por nosotros, nos sirven y su entereza y su fuerza nos mantienen en pie cuando nuestras rodillas se doblan. Pero sus rodillas no han de temblar aunque soporten un peso y una presión mayores. Ellos aguantan el techo que se cae para que no nos aplaste. Ellos son nuestros héroes.

Tal vez este 2020 nos muestre eso: que la humanidad es tenebrosa, pero que también en ella hay rayos de luz, oasis de fortaleza, abnegación, responsabilidad, deber y conciencia que redimen todos nuestros pecados y faltas como especie. En este 2020 se puede aprender de tales personas, que quizás no lo eligieron, pero que supieron estar a la altura, y comprender que esa luz y esa fortaleza también puede estar dentro de nosotros. Debemos agradecérselo. Lo que nos han mostrado puede ayudarnos a dar sentido a lo que parece un caos grotesco y horrible.

Una vez dicho lo anterior, también debes tener en cuenta algo muy importante:

el ser humano es una criatura resistente.

Estamos hechos, a nivel físico y psicológico, para ser capaces de soportar cantidades tremendas de presión y sufrimiento. Incluso cuando piensas que ya no aguantas más, otro golpe de la vida quizás te demuestre que eres capaz de resistirlo con éxito. Los límites que pone tu propia mente e imaginación (autoimpuestos o fruto de un adoctrinamiento externo) suelen ser rebasados una y otra vez por las circunstancias reales que protagonizamos o sufrimos.

Así, no olvides que, aún siendo racionales, pertenecemos al Reino Animal. Y como en todos los animales, nuestra programación genética está diseñada para la adaptación y la supervivencia. Tal y como cualquier animal se adapta de la mejor forma posible y de una manera muy rápida a los cambios del entorno, nosotros también podemos hacerlo. Si una persona pierde un brazo o una pierna puede sufrir tristeza o incluso muchos pueden ponerle la etiqueta de “inválida” (es decir, “no válida”). Pero si observas a cualquier perro o gato que pierda una pata, verás que al cabo de poco está corriendo y saltando sobre las tres restantes, porque no ha perdido su tiempo en lamentaciones y se ha adaptado. Ese tipo de programación genética básica de adaptación al entorno también es tuya: estás sujeto a las leyes universales de selección natural, que siguen actuando incluso en lo que consideramos “entornos humanos y civilizados”.

Como especie, llevamos mucho tiempo en este planeta soportando todo tipo de desastres y calamidades: cambios ambientales, hambrunas, infecciones y enfermedades, pandemias mucho más peligrosas que la del momento, guerras mundiales, etc. Y no nos hemos extinguido aún. Parece haber consenso en que el ser humano apareció en África hace unos 200.000 años; esos primeros antepasados tuyos vivían en la naturaleza más salvaje, en grutas y cuevas, pero era genéticamente muy parecido a ti; compartía unos códigos biológicos casi idénticos a los tuyos, porque la evolución avanza muy despacio y no hemos tenido tiempo de desarrollar estructuras físicas nuevas de relativa importancia. Básicamente, somos los mismos humanos que habitaban en cavernas y no sabían aún hacer fuego. Ese antepasado tan lejano y a la vez tan cercano se enfrentaba a un mundo avasallador y peligroso, lleno de fuerzas que le superaban y que ni siquiera podía entender. Y a pesar de todo, a pesar de todos los peligros con que la naturaleza nos ha puesto a prueba, y los peligros que nosotros mismos hemos creado…  Pues bien, aquí seguimos.

Quiero que pienses lo siguiente:

Tú eres el resultado de una evolución rigurosa y estricta, con unos niveles de excelencia altísimos, y ese proceso ha durado además mucho, mucho tiempo.

Tus antepasados no fueron los que cayeron, los que abandonaron y se rindieron, sino los que lucharon, se adaptaron y sobrevivieron. Tú eres el resultado de los más fuertes, inteligentes y capaces.

Tú eres el resultado de los que sacaron sobresalientes y matrículas de honor en la asignatura de sobrevivir. Y lo que a ellos les hizo sacar esas notas, eso mismo aún lo tienes tú en tu interior.

De algún modo, tú eres el ser humano que descubrió el fuego.

Tú eres el ser humano que descubrió el cultivo de la tierra.

Tú eres el ser humano que descubrió como volar y explorar el cielo.

Tú eres el ser humano que descubrió cómo vivir en las frías montañas, en las junglas asfixiantes, en los desiertos, en los bosques y en las llanuras.

Tú eres el ser humano que surcó los océanos de este planeta, que se enfrentó a las masas aterradoras de agua en mares inexplorados, guiado por las estrellas del cielo.

Tú eres el ser humano que pisó el suelo de la luna.

Tú eres el ser humano que inventó aparatos que han llegado a Marte.

Tú eres el ser humano que descubrió cada uno de los órganos del interior del cuerpo.

Tú eres el ser humano que dio a luz a otros seres humanos, los vio morir y continuó adelante.

Tú eres el ser humano que se arruinó en distintas crisis económicas y que desde las cenizas recuperó su riqueza e incluso la multiplicó.

Tú eres el ser humano que tras superar graves enfermedades como el cáncer, o tras superar la adicción a las drogas, el alcohol y otras sustancias destructivas, ayudó a otros a encontrar un sentido a su existencia por el simple hecho de estar sano y limpio.

Tú eres el ser humano sin brazos o sin piernas que se levanta cada día y que, como un guerrero, se enfrenta a una nueva jornada llena de dificultades y consigue llegar a la noche con la satisfacción de no haberse rendido y de vivir un día satisfactorio.

Tú eres el ser humano que quiere seguir vivo a toda cosa, un minuto o día más, a pesar de todos sus dolores y problemas físicos.

Tú eres el ser humano que vio morir a su marido en la Primera Guerra Mundial y a su hijo en la Segunda Guerra Mundial y que, a pesar de tanto dolor, decidió vivir y seguir adelante.

Tú eres el ser humano que escribió grandes enseñanzas sobre filosofía, religión, matemáticas, economía o biología.

Tú eres el ser humano que escribió poemas, obras de teatro o novelas que han emocionado a otros millones de seres humanos.

Tú eres el ser humano que hizo arte.

Tú eres el ser humano que atravesó las llamas del incendio o buscó entre los escombros del derrumbamiento para salvar a los atrapados y heridos.

Tú eres el ser humano que soportó injusticias, que fue encerrado por mantener sus principios, que fue torturado por creer en la libertad, y que mientras marcaba en el muro los días pasados en su celda oscura y fría, nunca renunció a sus convicciones.

Tú eres el ser humano que estuvo en un campo de concentración, que resistió vivo día tras día y que luego enseñó a los demás a encontrarle un sentido a su existencia.

Tú eres el ser humano que cuidó de los leprosos cuando todos los demás los dieron de lado.

Tú eres el ser humano cuya sonrisa iluminó el ojo del moribundo en sus últimos momentos.

Tú eres el ser humano que enseñó a los niños a leer y a contar, que les arropó en la noche y estuvo dispuesto a dar la vida para defenderlos y proporcionarles un buen futuro.

Tú eres el ser humano que jamás abandonó valores y principios honrados y sólidos, que se mantuvo aferrado a esos valores incluso en las sociedades más corruptas y viles, mientras todos se reían de él y le tomaban por tonto.

Tú eres el ser humano que jamás pronunció la frase “Me rindo”, y que la desterró de su mente.

Tú eres el ser humano que mantuvo encendida la llama de la esperanza cuando todos abrazaron las tinieblas de la desesperación, el que se levantó una y otra vez tras cada caída, el que mantuvo su independencia, el que luchó por la libertad frente al tirano opresor, el que dio a los demás razones para vivir cuando todo parecía perdido, el que superó los obstáculos y nunca se detuvo hasta alcanzar sus metas, el que siguió en pie mientras todos los demás caían aterrados al suelo.

Tú eres el ser humano que no renunció nunca a la lucha, y que por ello aprendió a reír en medio de la batalla y la tormenta.

Tú eres el ser humano que osó desconfiar, el que se hacía preguntas, el que buscaba respuestas y razones, el que se negó a creer ni una sola mentira, el que habló mientras todos callaron, el que oyó cuando todos se taparon las orejas y el que abrió los ojos cuando los demás los cerraron. Eres el que mantuvo su mente afilada y ecuánime.

Tú eres el ser humano que miraste cara a cara al miedo y a la muerte, sin apartar la vista, hasta que la muerte y el miedo se hicieron más y más pequeños y por fin desaparecieron de tu mente, porque no tenías tiempo que perder pensando en ellos, pues había cosas más importantes de las que ocuparse.

Tú eres el ser humano que hizo lo que se debía hacer, aún estando solo y siendo incomprendido, porque era lo que debía hacerse y tú eras el que estabas allí para hacerlo. El que nunca fue condecorado ni alabado, al que nadie conoció ni premió; pero que sin embargo hizo lo que debía hacerse.

Tú eres el ser humano dispuesto a dar su vida para servir y proteger a tus semejantes.

Tú eres el mismo ser humano que, incontables veces en nuestro devenir como especie, no se rindió. El que nunca se rindió. Y el que triunfó cuando todos creían que no había esperanza. Porque tú sí mantuviste viva esa esperanza.

Así es: a veces la vida no tiene piedad y no parece ni siquiera justa. A veces, la vida no es un menú para que tú elijas los platos que más te gusten, sino algo incontrolable e impredecible. Pero tú eres un ser humano y por ello puedes afrontar lo que te traiga y superar cualquier obstáculo, como hicieron incontables compañeros de especie antes que tú.

No voy a decirte aquello de “entiendo por lo que estás pasando”. Lo que sí voy a decirte es que, sea lo que sea eso por lo que hayas pasado, alguien en el pasado pasó por algo mucho peor y consiguió soportarlo y seguir adelante. Consiguió sobrevivir a ello y continuar con su vida lo mejor posible, con dignidad y esperanza. Tú estás hecho de la misma pasta, tienes recursos y fortalezas que aún ni conoces, y si los pones en juego tienes muchas posibilidades, tú también, de salir adelante.

La desesperación y las tinieblas siempre están ahí. Pero también está ahí la luz que puede barrerlo todo, y esa luz puede ser encendida por ti mismo, desde tu interior. Tal vez no solo ilumine tu vida, sino la de muchos otros.

Ya tienes todo lo necesario para superar lo que sea por lo que estés pasando. Puedes ser vulnerable y débil, pero también eres humano y por tanto eres increíblemente fuerte. Por eso te digo que suceda lo que suceda, nunca pierdas la fe y la confianza en ti mismo, nunca te rindas y jamás tires la toalla. Tras la oscuridad de la noche llega la luz del alba. Mi mayor deseo para este final de año 2020 y el próximo 2021 es que te hagas consciente de ello y que continúes con fuerza y esperanza en este a veces duro, pero también maravilloso camino, que es la vida.

Te deseo una vida llena de instantes que merezcan la pena.

Natalia Aguado Guadalix, Psicóloga sanitaria, directora del Centro NVAG Psicología (Alcobendas, Madrid)