Autoestima. Tratamiento para la baja autoestima y confianza en Alcobendas

¿Qué es la autoestima?

La autoestima es la valoración personal que nos damos nosotros mismos sobre nosotros mismos, no en aspectos concretos de nuestra vida, sino valorándonos de un modo global. La autoestima no es una valoración objetiva, sino subjetiva, porque se basa en nuestras creencias personales sobre la realidad y sobre nuestro lugar en ella.

Es importante recalcar el aspecto global de la autoestima; nadie dirá: «tengo poca autoestima en Matemáticas», pues la autoestima es una valoración integral que abarca todas las facetas del individuo.

La autoestima no es algo ajeno, sino una valoración propia. Y como toda valoración, puede ser más o menos acertada. En ella intervienen tanto factores externos (mi autoestima baja por una reducción forzosa de plantilla) como internos (mi autoestima baja por la pereza que me da hacer ejercicio físico). No obstante, la autoestima es subjetiva porque son nuestras creencias las que le dan un significado a esos factores internos y externos (si odiaba mi trabajo y estaba pensando en dejarlo el despido puede ser incluso un alivio; y si he estado entrenando duro toda la semana, me parecerá natural que hoy no quiera hacerlo).

Ninguna circunstancia, por muy buena o mala que pueda parecernos, determina objetivamente la autoestima de una persona. Es la valoración personal y por tanto subjetiva de tal situación, y de cómo vamos a responder a ella, la que hará que nuestra autoestima suba o baje. Unas malas calificaciones en los estudios pueden bajar la autoestima de un alumno y resultarle indiferente a otro; un joven que es rechazado al ligar puede ver destrozada su autoestima y a otro le dará igual y lo intentará con otra persona.

Alta autoestima y baja autoestima

Las personas con alta autoestima suelen ser más activas y enérgicas y están dispuestas a afrontar más retos. No tienen tanto miedo al cambio. Se ven menos influenciadas por la opinión ajena y disfrutan de relaciones laborales, amistosas o sentimentales más ricas y satisfactorias. No les afectan los pensamientos acerca de la culpa y se preocupan menos por el futuro porque se sienten más seguras para afrontarlo con éxito.

En cambio, las personas con baja autoestima suelen tener miedo al futuro porque no están seguras de sí mismas. Se concentran más en lo que no les sale bien que en sus logros, exageran todo lo malo que les ocurre y se culpabilizan y se autoflagelan más. Buscan siempre la seguridad y su campo de acción es muy reducido. Sus relaciones personales no suelen ser satisfactorias porque temen al rechazo y en general a la opinión ajena.

¿Cuándo se forma la autoestima de una persona?

La formación de la autoestima no es un proceso instantáneo y acabado, sino abierto durante toda la vida. Una persona puede pasar por momentos bruscos de alta o baja autoestima, o bien por aumentos o descensos progresivos a lo largo de los años. Las combinaciones son infinitas porque la autoestima no es un valor absoluto, sino subjetivo, y además cambiante.

Sin embargo, hay dos momentos importantes en la formación de la autoestima básica de una persona: la niñez y la adolescencia. En la niñez el individuo es una hoja en blanco que va a recibir creencias ajenas, de manera acrítica, pues no tiene aún mecanismos de aceptación o rechazo, ni emocional ni racional. Todo lo absorbe sin poder evitarlo, todo lo integra, y aquí se forman estructuras básicas de personalidad que se mantendrán durante casi toda su vida.

Un niño al que se ama y respeta, al que se le refuerzan los éxitos sin consentirlo, se le trata con una autoridad suave pero firme, y se le enseña el valor de la responsabilidad de sus acciones desde una edad temprana, puede crear una base de autoestima alta que persistirá durante mucho tiempo. Un niño en un ambiente disfuncional, violento y caótico, con insultos, manipulaciones y abusos, posiblemente genere una base de autoestima baja. Lo que ha integrado en esta época pervivirá durante muchos años y posiblemente deba buscar ayuda psicológica profesional para encontrar la satisfacción y realización en su vida.

El segundo momento importante es la adolescencia. Aproximadamente a partir de los once años la persona empieza a elaborar ideas más complejas (sociales, religiosas, políticas…) sobre sí mismo y sobre el mundo. Es también una etapa de transición entre la infancia y la adultez, en la que necesita afirmar su independencia respecto a los padres porque ya no es un niño; a veces se produce rebeldía, desafíos y cierta confusión. Además, se produce el despertar sexual, un factor poderosísimo en la gestación definitiva de la personalidad.

Tanto en la época infantil como en la adolescencia y la adultez, la autoestima viene determinada por las creencias del individuo, que determinarán la valoración de sí mismo en cuanto a lo que le ocurra, haga, piense y sienta. Las creencias siempre pueden cambiar, pero en la adultez tienen tendencia a consolidarse y estabilizarse, lo cual puede ser un grave problema cuando hay creencias irracionales, disfuncionales y limitantes.

¿Cómo se forma la autoestima?

Todos tenemos ideas sobre el mundo, los demás y nosotros mismos, y esos conjuntos de ideas, cuando se asienten a lo largo del tiempo, nos permiten entender y asimilar la realidad externa e interna, así como crear estrategias de comportamiento. Esos conjuntos de ideas básicas constituyen nuestras creencias. Las creencias pueden ser de muchos tipos y son el manual o la guía a la que acudimos en cada momento para procesar e interpretar toda la información y adaptarnos a nuestro entorno.

Nuestras creencias personales nos permiten hacer esa valoración general de nosotros mismos, lo que llamamos «autoestima». Así, nuestras creencias condicionan la autoestima al permitirnos interpretar nuestros triunfos o fracasos, o al considerarnos inteligentes o torpes, o atractivos o repulsivos.

Las creencias pueden ser generadas desde el exterior y el individuo las internaliza y acepta, o bien pueden ser generadas desde el interior, si el individuo se forma sus propias ideas, más o menos al margen de las influencias del entorno. Sea como sea, dichas creencias son los filtros por los que pasa la realidad, y la dotan de sentido y comprensión, y a partir de todo esto se forma la valoración personal general, es decir, la autoestima.

Así, una persona criada en un lugar peligroso puede generar creencias en las que su autoestima crezca cuanto más violenta sea. Pero si esa misma persona abraza voluntariamente una causa ética o religiosa que le lleve a ayudar a sus semejantes, sus nuevas creencias proyectarán culpa y arrepentimiento y los mismos actos violentos harían bajar su autoestima, que ahora se reforzaría mediante acciones altruistas y pacíficas. Como vemos, no son los actos o circunstancias en sí mismos los que hacen que suba o baje la autoestima, sino la interpretación que se hace de ellos, en función de las creencias.

Las creencias e ideas personales aumentan o disminuyen la autoestima y la confianza en uno mismo.

Imaginemos que nos ha ocurrido algo que nos hace sentir de un modo determinado (mal o bien)…

Por ejemplo, alguien a quien no ves desde hace mucho te dice: «¡Qué ojeras tienes y qué mal te veo! ¡Cuídate, que ya tienes una edad…!». Esa sería una circunstancia A que puede producir una emoción C de tristeza. ¿Por qué el hecho A produce la emoción C? Porque entre medias hay una creencia B, que podría ser de este tipo: «Ya estoy viejo», «La juventud quedó atrás», «Ya no soy atractivo para ninguna mujer», «Mi salud ya no es lo que era», «Qué horrible es hacerse mayor», etc. Así, en el circuito A-B-C veremos que la emoción de la tristeza no está producida por el hecho A, sino por la creencia B, y que el hecho A no es más que el detonante de tal creencia ya inserta en la persona, o bien que puede formarse para dar sentido a lo que le ocurre.

Pero si hubiera una creencia distinta el circuito sería también distinto. Así, el hecho A podría activar una serie de ideas y creencias distintas: «Este tío es un impertinente pero lleva razón: últimamente estoy hecho polvo y debo cuidarme porque solo voy a vivir una vez y quiero vivir una buena vida. Mi salud es mi responsabilidad». Esto produciría unas emociones distintas, una motivación para dormir más, comer mejor, hacerse un chequeo médico, ejercitarse, divertirse más y bajar el nivel de estrés. En definitiva, el circuito A-B-C sería muy distinto, partiendo del mismo hecho.

Hay quien supone que hechos concretos producen emociones concretas, pero esto es, como mínimo, cuestionable. Cualquiera que haya leído «El hombre en busca de sentido» de Victor Frankl puede ver que una experiencia tan espantosa como la vida de un prisionero en un campo de concentración precisamente provocó una búsqueda del sentido de la vida en el autor, porque se apoyó en creencias fortalecedoras. Por supuesto, nadie debe pensar que hechos horribles como una agresión, el maltrato físico o psicológico, la tortura, la violación, la miseria económica o la falta de libertades puedan ser algo bueno por sí mismo.

Pero si bien la persona tal vez no tenga culpa si le ocurren estas atrocidades, sí tiene la responsabilidad de lo que va a hacer y pensar a partir de entonces. Esa responsabilidad es suya, propia, intransferible, y hacer uso de ella o no es su decisión. Personas que han sufrido hechos horribles de los que no tuvieron la culpa (una enfermedad limitadora, como Stephen Hawkin, o la amputación de las piernas de una niña en un atentado terrorista, como Irene Villa), tuvieron la inteligencia y el coraje de tomar la responsabilidad de sus propias vidas, gracias a sus creencias (ya fuesen éticas, religiosas, morales, intelectuales…) no limitadoras, sino fortalecedoras.

¿Cómo saber si se tiene poca confianza en uno mismo? Características de una baja autoestima.

La mayoría de las personas tienen su autoestima en unos niveles lo bastante altos como para permitirles actuar funcionalmente; al menos, su autoestima no es tan baja como para sumirles en el sufrimiento agudo y la inacción.

Pero hay personas con autoestima muy baja, ya sea por creencias inculcadas desde el exterior (sobre todo en la infancia y la adolescencia), o bien por creencias muy personales. Mantienen ciertos patrones de pensamiento sobre sí mismos que se convierten en regulares, y estos patrones forman creencias irracionales. Aquí hay algunas:

Generalización a partir de un solo hecho para formar una regla total: «Ayer en la oficina Paco me dijo algo desagradable; en realidad, en el trabajo me tratan mal». «No pasé la prueba teórica. Todo lo que intento me sale mal».
Particularizan a partir de varios hechos para valorar uno solo: «He tenido tres relaciones que acabaron mal, así que esta no puede salir bien».
Rechazo de los propios méritos: «A: ¿Oye, qué bien lo has hecho!, B: Bueno, en realidad no lo he hecho muy bien, otros lo hacen mucho mejor que yo».
– Ante cualquier error o fracaso, descalificarse a uno mismo en lugar de buscar la causa: «No pasé la prueba. ¡Qué tonto soy!».
Concentrarse solo en los errores y fracasos, amplificándolos: «No aprobé la oposición; mi vida es un completo desastre».
Profecías de todo un futuro negativo a partir de un solo hecho negativo: «No me llamaron después de la entrevista… Nunca me admitirán en ninguna empresa».
Identificación excesiva con algo o alguien: «Mi matrimonio/empleo/actividad terminó. Ya no soy nada.»
Extremismo (todo/nada), sin términos medios: «Ayer volví a discutir con Pablo. Todos están contra mí. No puedo relacionarme con ninguna persona en este mundo».
Culpabilización: «Siempre me he sentido culpable por nacer en una familia rica». «Mi esposo me insulta y mis hijos me hablan mal, pero creo me lo merezco. Yo tengo la culpa de todo».
Creer que lo que le ocurre a los demás tiene origen en uno mismo: «Maribel está muy seria; algo malo habré hecho para que esté así…»
Adivinación de pensamientos: «Aunque nunca me lo han dicho a la cara, sé que no les caigo bien».
Intentar agradar a todo el mundo; miedo a la crítica: «No puedo decir eso; si lo hago, ¡todos en mi familia me van a odiar!».
Responsabilización exagerada: «Debo conseguir que esta noche todo sea perfecto o habré fracasado».
– Al contrario, creer que no se tiene ninguna responsabilidad o control: «Estamos gobernados por gentes sin piedad que nos manejan como quieren».
Sustituir la razón por la emoción: «No intentes convencerme de que no lo estropeé todo; yo lo siento así y por tanto debe ser verdad».
Victimización: «Desde pequeño la gente me ha tratado mal». «Me siento oprimido por esta sociedad».
Falacia del argumento de autoridad (un argumento no es válido por sí mismo, sino porque lo dijo alguien con autoridad): «Mis profesores ya me decían que era muy distraído, así que debían llevar razón».
Catastrofismo, exageración de cualquier obstáculo, problema, error o fracaso: «Esa chica me ha mirado mal, y es que soy feo y aburrido, nunca voy a poder ligar, no tendré novia y me quedaré solo hasta que me muera».
Inmovilismo y sumisión: «Esta es mi forma de ser, soy así y no puedo comportarme de otro modo». «No podemos hacer nada para cambiar esta existencia horrible, solo queda aceptarlo y aguantar».
Creerse el centro de atención: «Ayer me puse el bikini y estoy segura de que todos en la playa estaban mirándome y pensando en lo gorda que estoy».
Reglas limitantes autoimpuestas: «No lo conseguiré nunca porque soy hombre/mujer/pobre/feo/tonto/inculto/poco atractivo/bajo/calvo/gordo/flaco/débil/vago/muy joven/muy viejo/etc…»
Rumiación circular de pensamientos negativos: «Ayer todo lo dije mal… Me miraron como a un bicho raro… Seguro que hice el ridículo… Si hubiera dicho esto otro me valorarían mejor… Pero me equivoqué espantosamente…»

¿Cómo se puede aumentar la autoestima y la confianza en uno mismo?

Como se ha visto, la baja autoestima y la falta de confianza suelen nacer no de hechos objetivos, sino de creencias en su mayoría irracionales, que a los demás parecerán exageradas, pero que a la persona le parecen ciertas y le causan mucho sufrimiento. La persona inventa o exagera la percepción negativa que los demás tienen de ella y se concentra mucho en sus defectos y en lo horrible del mundo. Pero aunque se tengan esos defectos y haya hechos objetivamente negativos (pérdida de un miembro o de la salud, muerte de un ser querido, adicción a drogas o alcohol, falta de control de las emociones…), el cambio, la superación y la adaptación siempre son posibles.

Para hacer la necesaria reestructuración de nuestras ideas y creencias irracionales y dañinas, ya sean propias o inculcadas desde la niñez, una buena opción es buscar la ayuda de un profesional de la Psicología sanitaria.

Ha de aclararse que el psicólogo no debe imponerle al paciente sus propias creencias personales, sobre todo si son religiosas o políticas: el terapeuta es un psicólogo, no un teólogo ni un politólogo. Sí debe ayudar a la persona a detectar aquellas ideas que bajan su autoestima, ayudarle para que las cambie por otras que al paciente le sirvan para tener más confianza en sí mismo.

La persona ha de abandonar un modo pasivo e incapacitante respecto a sus pensamientos y actos y ha de tomar la responsabilidad sobre su vida, aceptándose o bien cambiando lo necesario. Ha de encontrar dentro de sí la fortaleza y los recursos que le permitan acabar con el sufrimiento inútil y lograr la satisfacción y la autorrealización que todos merecemos, pero que no viene por sí sola, ya que cada uno ha de recorrer su propio camino, paso a paso y a veces con esfuerzo y valentía.

Tal vez sientas que tu autoestima es muy baja. Entonces, puedes acudir a NVAG Centro de Psicología y estaré encantada de hablar contigo.

Si quieres saber cómo puedo ayudarte, en este o cualquier otro problema, puedes conocer