Tratamiento psicológico de la soledad en Alcobendas
El problema de la soledad
Quizá sufras un sentimiento doloroso de soledad: la sensación de encontrarte alejado de los demás aun a pesar de estar rodeado de gente, el sentirte aislado o incomprendido. También puede que eches en falta alguien con quien compartir momentos íntimos, alguien a quien querer y que te quiera, una persona especial junto a ti. O puede que ese sentimiento de soledad adquiera forma de preocupación o angustia, el miedo a quedarte solo en este mundo sin nadie que te ame ni te entienda. Puede que el miedo a quedarte solo te haya hecho aceptar situaciones y personas que no son buenas para ti… Si sientes algo de todo esto, si te duele tu soledad o tienes miedo de quedarte solo, quiero decirte que hay solución para esos problemas.
Una buena forma de comprender y después resolver los problemas relacionados con la soledad es acudir a un profesional de la Psicología Sanitaria. En NVAG Centro de Psicología estaré encantada de ir contigo en el camino del autoconocimiento, para comprender las claves de tu soledad. Puedes emprender un viaje de fortalecimiento y coraje, descubriendo capacidades que ni sospecharías tener, para convertirte en una persona que disfrute de las relaciones sociales e íntimas, y que disfrute sobre todo de la relación con la única persona que siempre estará pegada a ti: tú mismo.
El sentimiento de soledad es propio del ser humano
Quiero decirte que sentirse solo, o tener miedo a quedarse solo, es algo por lo que casi todos hemos pasado. Es una más entre las muchas y variadas emociones propias del ser humano.
Los humanos somos seres sociales y necesitamos relacionarnos con otros humanos. Necesitamos intimidad, cercanía, compañerismo, amistad, afiliación y otras cosas que solo el contacto con otros puede darnos. Si no tenemos eso sufrimos y nos preocupamos. Entra dentro de lo normal que de vez en cuando experimentemos cierta soledad, sobre todo si nuestras situaciones vitales cambian, por ejemplo, al empezar un nuevo trabajo, romperse una relación de pareja o al perder a un ser querido.
En realidad, el sufrimiento por soledad o el miedo a la soledad no es algo tan grave, porque podemos afrontarlo, superarlo y dejarlo atrás, como somos capaces de hacer con muchos otros sufrimientos y miedos. No obstante, hay riesgo de que la sensación de soledad o el miedo a la soledad sí puedan convertirse en un doloroso problema.
¿Cuándo la soledad se convierte en un problema?
La soledad no tiene por qué ser mala o dolorosa. De hecho, para muchas personas… ¡es una bendición! Mientras algunos quieren más personas en sus vidas, otros defienden con firmeza su soledad. En cierto modo, la soledad ha recibido demasiada mala prensa. Muchas de nuestras ideas sobre las relaciones de pareja, el matrimonio o la amistad han llegado de la mano del cine o las novelas, y ya sabemos todos cuál es el «Happy End» favorito de Hollywood: la pareja acaba besándose y se promete amor por los siglos de los siglos. Todo esto es muy hermoso, pero… ¿realmente ocurre así?
En las relaciones, nada es inmutable. A veces las parejas cortan su relación, los amigos dejan de verse, los hijos, padres o hermanos han de viajar a otros países y los vemos muy de vez en cuando; y como somos seres finitos, la muerte nos acaba también separando de la gente amada. Las relaciones humanas se hacen y deshacen, la gente cambia con el tiempo y lo que es sólido hoy, en uno, dos o veinte años quizás ya no lo sea.
Aceptar todo esto y adaptarnos no tiene por qué ser una tragedia, sino un acto de madurez. La vida es un tesoro, un regalo sin abrir. Hemos de valorar y disfrutar con intensidad lo que ahora tenemos porque tal vez un día lo perdamos. Además, cuando una puerta se cierra se abren otras. Cuando aceptamos que las relaciones humanas son una labor de tejer y destejer y volver a tejer, así, de manera interminable, aceptamos que quizá un día podamos sentirnos solos, al no tener tan cerca a quienes ahora están al lado. Al aceptarlo nos adaptamos mental y emocionalmente a ello, y eso forma parte de nuestro crecimiento personal.
Soledad social y soledad emocional
Para simplificar algo tan complejo, podríamos distinguir dos tipos básicos: soledad social y emocional.
La soledad social se produce cuando no encajas en el ambiente social en que te encuentras, ya sea laboral, estudiantil o cualquier otro. No encuentras afinidad con tus compañeros de estudio o trabajo, o en el barrio o grupo de amigos y conocidos. Suele producirse una fuerte sensación de «no pertenecer» a este lugar, de no entender a los otros y de que los otros no te entienden a ti. Suele aparecer también una sensación de aislamiento.
Este sufrimiento puede ser intenso porque los grupos sociales ejercen «presión» sobre el individuo para que encaje en ellos y si no lo consiguen se les tilda de inadaptados, solitarios, egoístas, insolidarios… La persona se siente un «bicho raro» y cuantos más esfuerzos hace para encajar, menos lo consigue. En casos extremos, vive una vida falsa para satisfacer una imagen y unas necesidades que no son auténticas. Aunque parece amoldarse al grupo en el fondo siempre experimenta una separación respecto a los demás. Puede que se eche la culpa a sí mismo al no entender por qué no puede ser como ellos.
Pero esa culpa no tiene por qué ser solo del individuo, igual que un pez no puede volar o un pájaro no puede vivir bajo tierra como un topo. En todas las épocas, pueblos y culturas, en todos los ambientes, hay siempre individuos que desafían la norma y que buscan nuevos senderos. La solución suele llegar como maravillosa liberación cuando esa persona encuentra un nuevo ambiente en el que sí encaja y donde sí halla afinidad con los demás.
La soledad emocional, en cambio, tiene un tono más íntimo. Se produce cuando se echan en falta relaciones profundas de comprensión, cariño, afecto y amor. Suele darse en personas que quieren una pareja con la que establecer una relación romántica y apasionada, pero no logran hallarla, o conservarla. También puede ocurrir que no se tengan amigos íntimos con los que poder hablar de temas personales, impropios en un ambiente informal con simples conocidos. Los humanos necesitamos relaciones de proximidad y de afecto, y si no las tenemos también nos sentimos solos.
El miedo a la soledad
El otro gran problema relacionado con la soledad es, precisamente, el miedo a estar solos en un futuro más o menos lejano. Es el miedo a no conseguir esa pareja, esos amigos, esos compañeros que anhelamos. Resulta frecuente el miedo a no encontrar una pareja sentimental con la que madurar e incluso envejecer. La perspectiva de una vejez sin un compañero vital y, claro está, sin hijos ni nietos alrededor que vayan a verlas, es para muchas personas una verdadera fuente de angustia, incluso siendo jóvenes.
El miedo a la soledad también puede resultar un serio problema si por su culpa no cortamos relaciones tóxicas con personas problemáticas que no necesitamos en nuestras vidas. Entonces, el pavor a quedarnos solos nos lleva a continuar apegados a gente difícil, a no poner límites ni líneas rojas y a tolerar lo intolerable. Este miedo a la soledad puede incluso mantener físicamente cercanas a personas que se aborrecen, pues la inercia las empuja a seguir con lo «malo conocido», aunque sea realmente malo.
Síntomas de los problemas de soledad y del miedo a la soledad
Las personas muy preocupadas, incluso obsesionadas, por su soledad y por el miedo a una futura vida solitaria pueden presentar una, varias o muchas de estas características:
Baja autoestima: en una sociedad que premia al vencedor, al admirado y al líder, las personas solitarias pueden tener una imagen muy baja de sí mismas. Esto provoca un círculo vicioso, pues al no creerse capaces de gustar a nadie ni de emprender ninguna relación íntima o social, se alejan de los demás por miedo al rechazo, con lo cual se incrementa su soledad, la cual a su vez baja su autoestima, y se vuelve a la misma casilla de salida (Ver Tratamientos: Autoestima).
Sentimiento de incomprensión: se piensa que nadie puede entender tus motivaciones y pensamientos propios, que nadie puede comprenderte. Esta sensación puede ser válida, si frecuentas un ambiente que no cuadra con tu verdadera personalidad y valores (por ejemplo, en el seno de familias rígidas, cuando los hijos tienen ideas que chocan con las tradiciones imperantes). Pero esta «incomprensión» también puede basarse en creencias irracionales, pues algunas personas ni siquiera le han contado a nadie sus pensamientos y valores más profundos, por miedo al rechazo; entonces, piensan que los demás «no me van a comprender nunca» y se aferran a tal excusa para no abrirse a los otros con honestidad y valor, hasta que la excusa se convierte en creencia que moldea su soledad.
Rabia y rencor: algunos se sienten agraviados, ofendidos, discriminados o apartados; piensan que se cometen con ellos una injusticia por el hecho de no poder tener relaciones satisfactorias. Tienen pensamientos del tipo: «Esta sociedad no valora a la gente como yo», «Son todos unos materialistas» o «Seguro que en la oficina se ríen todos de mí a mis espaldas». Aunque este sufrimiento es real, la idea que lo sustenta suele ser irracional, porque se aumenta y exagera cualquier disputa o mal momento y se hace extensivo a todos los que les rodean. Esto es solo otra excusa para no abordar el trabajo valiente de abrirse a los demás para solucionar como adultos los problemas y malentendidos (ver también Tratamientos: Problemas emocionales).
Tristeza y depresión: Sentirse solo es doloroso y provoca un sufrimiento real que puede traducirse en un estado emocional continuo de pesar y tristeza, y desembocar incluso en depresión. La tristeza es muy aguda en los casos de soledad emocional, con creencias del tipo «nadie me quiere» o «nunca encontraré a nadie que me ame y a quien amar» (ver también Tratamientos: Tristeza y depresión).
Incapacidad de expresarse, aislamiento, incomunicación: la persona siente que le cuesta hablar con fluidez y libertad con los otros, no halla las palabras ni el modo correcto y eso la lleva a aislarse aún más.
Sensación de que se es un «bicho raro», que «no se encaja», que no se pertenece al entorno laboral, familiar, académico, docente…
Miedo a las críticas y al rechazo: la persona es incapaz de soportar las críticas de familiares, amigos o cualquier otra persona, conocida o desconocida. Esto la lleva a evitar el contacto social o íntimo para que no la critiquen, se burlen de ella o la ignoren. A menudo no hay ninguna prueba real de tal rechazo o crítica y la persona simplemente se las imagina («Aunque no me lo digan, ¡estoy seguro de que les parezco ridículo!»; «Yo sé que les caigo mal»).
Dependencia excesiva de internet: esto es un problema que por desgracia se extiende entre muchas personas de esta sociedad. Las nuevas tecnologías y algunas circunstancias inevitables (los confinamientos domiciliarios por culpa de la pandemia) están favoreciendo las relaciones virtuales a través de pantalla y micrófonos. De manera alarmante, hay quienes ni siquiera salen de casa para «tener amigos» y todo transcurre a través de redes sociales o videoconferencias. Este tipo de actividades no son malas en sí mismas, pero nunca pueden igualar, ni siquiera compararse, a las relaciones humanas «en persona» y «al natural». No pueden sustituirse las relaciones tradicionales persona a persona o en grupos, por relaciones virtuales, incapaces de satisfacer nuestras necesidades de afinidad, intimidad, amistad, compañerismo e incluso sexo y romanticismo. Los humanos necesitamos vernos al natural, oír nuestras voces en el aire, caminar y movernos juntos, reír y conversar en tres dimensiones y no en dos, y por supuesto tener relaciones íntimas en carne y hueso, no a través de un «chat caliente». Las relaciones virtuales suelen encubrir problemas de soledad «camuflada».
Adicción a alcohol, drogas, videojuegos, comida… Estos hábitos nocivos ayudan a la persona a escapar momentáneamente del sufrimiento; pero además de otras malas consecuencias, las adicciones suelen provocar aún más aislamiento y por tanto mayor soledad. Como suele suceder con las adicciones, siempre lo empeoran todo.
Hastío, aburrimiento, pereza, falta de motivación para llevar a cabo cualquier acción, y pérdida de interés en las que ya se realizaban.
Sentimiento de vacío existencial, creer que nada tiene sentido y que la vida es absurda (ver Tratamientos: Vacío existencial).
Pensamientos obsesivos, circulares y recurrentes, Rumiación… («nadie me va a querer», «Todo lo hago mal», «¿Por qué no pude hablarle a esa persona que me gustaba?», «No sirvo para nada…») (Ver también Tratamientos: obsesiones y compulsiones).
Creencias irracionales de distintos tipos («Soy demasiado grande/pequeño», «Soy muy viejo para empezar a conocer gente», «Soy incapaz de expresarme como yo deseo», «En esta sociedad no hay espacio para la amistad y el amor…»).
Angustia, miedo y preocupación al imaginar un futuro triste y solitario (ver también Tratamientos: Ansiedad).
Comportamientos extraños, aberrantes y problemáticos: falta de sueño o bien no levantarse de la cama, comer demasiado o demasiado poco, evitar lugares y transportes públicos, desarrollar compulsiones… (Ver Tratamientos: Obsesiones y compulsiones).
Síntomas físicos: la tristeza, la angustia, la preocupación, los pensamientos obsesivos y recurrentes y otros síntomas anteriores pueden provocar dolor de cabeza y jaquecas, cansancio físico, problemas digestivos, falta de sueño y otros problemas somáticos…
Causas del sentimiento de soledad
Muchos de los síntomas son a su vez causas de la soledad, pues producen una retroalimentación y el síntoma y la causa de la soledad se refuerzan y generan un círculo vicioso. Por ejemplo, una persona hastiada y sin ganas de hacer nada por culpa de su soledad no lleva a cabo acciones necesarias para acabar con ella (buscar personas con las que relacionarse), de tal modo que el síntoma se convierte en causa y esta a su vez produce el mismo síntoma. La timidez y la baja autoestima, el miedo, el rencor, las adicciones, los comportamientos aberrantes y compulsivos… Todos ellos son, además de síntomas, causas de la soledad.
Esto resulta evidente con las creencias irracionales, que producen un bucle entre la causa y el síntoma. Si crees que eres una persona aburrida y por ello estás solo, tu creencia te lleva a comportarte como alguien aburrido, te saboteas a ti mismo en las relaciones con los demás, no participando ni actuando, y eso provoca aún mayor soledad, que a su vez confirma la creencia. La propia soledad es la prueba que valida tal creencia y la ancla aún más en tu mente.
Algunas otras causas para la soledad son:
Complejos de superioridad o inferioridad: cuando la persona se cree tan superior a la media que prefiere la soledad, incluso aunque le haga sufrir. O cuando se ve tan inferior que elige la soledad por miedo a hacer el ridículo o parecer tonta.
Falta de habilidades sociales: falta de trato con los demás, inexperiencia, ausencia de empatía o inteligencia emocional, no saber cómo comportarse en diferentes ámbitos laborales, de ocio, etc.
Expectativas demasiado altas: la persona cree que va a encontrar en los demás algo que los demás no pueden darle, y al no conseguirlo huye del trato con ellos. Puede creer que todos los demás deben girar en torno a ella y cuando no hacen lo que quiere, la persona se siente agraviada, siente que hay una injusticia y ese dolor real la lleva a evitar el trato con los otros. Este tema es tan importante y rico que le dedicaré más adelante todo un apartado.
Pérdida de un ser querido: cuando desaparece de tu vida (por muerte, viaje u otras causas) un ser amado, puedes sufrir un golpe emocional que te lleve a alejarte de los otros. Si este proceso de duelo no es resuelto, el distanciamiento puede estancarse y generar un problema de soledad (ver Tratamientos: Duelo).
Pérdida de una actividad con mucho valor para el individuo: ser despedido de un trabajo, quiebra de un negocio, término de la actividad estudiantil… Estos cambios pueden distanciar al individuo de sus seres cercanos y producir problemas de soledad. Como en el caso anterior, se trata de un duelo no resuelto (ver Tratamientos: Duelo). Esto también se aplica para la pérdida de la juventud y el envejecimiento (ver en Blog: Afrontar la pérdida de la juventud).
Anulación de la persona llevada a cabo por otros individuos: esta es una de las causas más importantes y por ello hay que dedicarle más espacio:
A veces, las personas del entorno familiar, laboral, docente…, queriéndolo o sin querer, anulan a una persona, haciéndola sentirse baja, inútil, tonta…, y esa «programación» la llevará a aislarse.
Esto resulta especialmente grave en el caso de los niños: cuando no reciben suficiente afecto y respeto al expresar sus gustos y aficiones naturales, o cuando se les califica de «malos», «raros» o «tontos». Entonces, el niño tiende a inhibirse y se vuelve tímido e introvertido. No solo le afecta durante la infancia, sino también en la adolescencia y adultez, y se convierte en una persona que rehúye el trato con los demás porque no se atreve a ser «ella misma», ya que en el fondo aún tiene miedo a que la rechacen, igual que hicieron los adultos con ella cuando era pequeña. Un niño muy anulado por sus padres, tutores, familiares o profesores tiene muchas posibilidades de convertirse en una persona reprimida, con una autoestima baja y aislamiento social.
A veces los padres no son conscientes del poder devastador que tienen sobre la frágil mentalidad de sus hijos, y sin quererlo pueden dirigirse a otros adultos de una manera que invalida al niño, con comentarios del tipo: «Mi pequeño se esfuerza, pero no es muy listo el pobre, es muy torpe…», o «La niña es muy lista, pero es muy mala», o «No puede conseguirlo, no vale para eso». Si el niño lo escucha a menudo, interioriza el mensaje y tenderá a crear una personalidad acorde a las afirmaciones escuchadas, porque el niño no puede entender que un adulto se equivoque (aunque los adultos se equivocan mucho, a veces más que los niños).
Otro caso de anulación infantil se produce cuando se entorpecen, inhiben o prohíben los gustos y aficiones del niño (siempre que no sean claramente nocivos para él). Si a un niño le gusta dibujar, pero se le prohíbe hacerlo porque solo puede dedicarse a estudiar y sacar buenas notas, el niño aprende a no expresarse ni a dedicarse a lo que le gusta, solo por validar los mensajes que recibió en su infancia.
Por supuesto, cualquier tipo de maltrato psicológico (incluidos los físicos, que siempre acarrean daños psicológicos) producen consecuencias horribles en un niño. Puede crear una personalidad adulta que repita las mismas conductas de maltrato hacia otros, o bien puede inhibirse y sentir miedo hacia los demás. Todo ello tal vez derive en soledad y aislamiento. Al educar a los niños es importante regular los castigos, que solo tienen eficacia cuando al niño se le explica con claridad qué hizo mal y por qué, añadiendo además posibles comportamientos para arreglarlo, y asegurándole que es capaz de hacerlo mejor en el futuro, para no destruir su autoestima. Los castigos físicos son casi siempre inefectivos y pueden producir más mal que bien. Si algún adulto lo duda y piensa que una torta de vez en cuando no hace daño al niño, tal vez prefiera que un policía de tráfico le dé esa torta «educativa» antes que entregarle una denuncia escrita, si ha cometido una infracción; de tal modo, podrá entender la posición de un niño ante la autoridad. Castigar en exceso provoca secuelas que afectan a la persona en el futuro trato con los demás.
Otro tipo de anulación que puede llevar al individuo a la soledad es el acoso escolar, ya sea físico o solo verbal. Las personas que lo han sufrido pueden desarrollar miedo a los otros y tender al aislamiento. De igual modo, son anuladas las personas que, en entornos laborales o de cualquier otro tipo, son expuestas al escarnio, la burla o el desprecio continuos de sus compañeros o personas cercanas.
También se produce la anulación en el seno de una relación de pareja tóxica, cuando una de las dos personas con frecuencia insulta, humilla o desprecia a la otra, con el agravante de hacerlo ante terceros. Por supuesto, si hay maltrato físico el daño es aún mayor. La persona maltratada, aún en el caso de que logre escapar de la relación, puede aislarse y evitar nuevas relaciones, lo cual suele aparejar a la larga una dolorosa sensación de soledad.
Las personas que, sin vivir en un ambiente tóxico, sufren una agresión o un ataque brutales e inesperados, sean físicos (atraco, violación, sufrir una paliza…) o solo verbales (intimidación a gritos, amenazas, insultos en público…), pueden desarrollar un trauma, miedos irracionales y hasta pánico y fobias, que impidan una relación normal con sus semejantes, lo cual conduce al aislamiento y la soledad (ver Tratamientos: Trauma).
Cualquier anulación de una persona, sea un niño, adolescente o adulto, es un problema serio y complejo que deja secuelas a largo plazo. Para resolverlo y recuperar la confianza en sí misma, puede necesitar un proceso de terapia psicológica, dirigido por un profesional de la Psicología Sanitaria.
Expectativas personales y sociales exageradas en relación con la soledad
En el apartado de las causas te comenté que poner expectativas demasiado altas respecto a los demás puede conducirnos a decepciones dolorosas que nos alejen de ellos.
La familia, el cine y en general la sociedad pueden crear unas expectativas exageradas, incluso irracionales, y además imaginamos que los demás «deben» cumplirlas al tratar con nosotros. Pero… ¿en realidad «deben» cumplir los demás tus expectativas? ¿Acaso no son los padres, hijos, cónyuges, parejas afectivas, amistades y en general cualquier otra persona, en primer lugar, seres humanos cuya prioridad es (al igual que en tu caso) su propia realización personal?
Debe entenderse que los demás solo querrán estar contigo en la medida en que ellos se sientan realizados y satisfechos estándolo. Nadie es el medio de nadie porque todos somos el fin para cada uno. Por tanto, hay que tener cuidado con lo que se espera de los demás y con las expectativas que nos hacemos respecto a ellos, porque quizás quien tienes ahora a tu lado en el futuro no las cumpla. Quizás ni siquiera siga a tu lado. Y si obedece a una decisión libre hay que aceptarla con respeto, nos guste o no.
Sin embargo, algunas personas creen que sus familiares, amigos o cónyuges «deben» permanecer siempre a su lado, pase lo que pase y ocurra lo que ocurra, como si tuvieran que cumplir un sagrado deber. Es necesario entender que las circunstancias y las personas son cambiantes. No puedes escribir el futuro de ninguna persona y mucho menos exigirle que cumpla el plan que has trazado para ella. No puedes exigírselo a nadie, ni a padres, hijos, amigos, pareja o amigos. Quizás siga a tu lado o quizás se aleje, y si esto último ocurre hay que estar preparado para soportar, y aceptar, cierta cantidad soledad. Y seguir disfrutando de la vida.
El amor y las relaciones íntimas son una parte importante de nuestra vida y añaden placer, alegría y satisfacción a distintos niveles. Pero como ya se dijo, el cine, las novelas y algunos mensajes publicitarios nos inducen a esperar siempre un «Happy end» para nuestra película vital, en el cual al fin hallamos a esa persona perfecta a la que amar y que nunca nos abandonará… O imaginamos que vamos a envejecer rodeados de nietecitos a los que contarles nuestras historias de juventud… O pensamos que los amigos estarán ahí siempre, al otro lado del teléfono. Tal vez eso ocurra… o tal vez no. La vida da muchas vueltas y es bastante imprevisible. Por eso, debemos disfrutar ahora de nuestra gente cercana, pero manteniendo una estructura personal lo bastante fuerte y rica como para seguir disfrutando de la vida si es que alguna vez no los tenemos ya cerca.
Una idea irracional que ha causado mucho sufrimiento innecesario es la de que todos tenemos una «media naranja» o una «mitad del alma» o un «alma gemela»: una persona única y exclusiva que nos hará felices. En las rupturas esta creencia produce mucho dolor y angustia porque la persona abandonada cree de veras que jamás encontrará a nadie igual, que ha perdido «al hombre o la mujer de mi vida». Pero echa la cuenta: en el planeta hay unos 7.674 millones de personas… ¿No crees un poco exagerado pensar que ni una sola de entre todas puede llegar a ser una buena pareja para ti? ¿Qué no vas a poder compenetrarte felizmente con ninguna más? Puede que incluso haya personas aún mejores que la que has perdido; ¡esta puede ser tu oportunidad para descubrir esa persona fantástica y maravillosa que eclipse a la anterior…! Por otro lado, quizá sea hora de cambiar el enfoque, y pensar que cada uno de nosotros ya somos una «naranja entera»; sin despreciar el placer y la satisfacción que nos pueda dar nuestra pareja, no necesitamos buscar fuera ninguna otra «mitad», porque ya estamos enteros.
Las películas y los mensajes novelescos sobre el amor son muy bonitos, pero no suelen corresponderse con la realidad. No estamos solos en este mundo. Nunca estamos solos. Lo que nos hace estar solos son nuestras creencias irracionales y las puertas que esas creencias cierran. Una vez abiertas, ahí fuera hay un mundo entero de personas que explorar. Y ese mundo te está esperando.
Otra expectativa irreal y en cierto modo infantil la vemos en personas que esperan que alguien «me haga feliz», «me de cariño/comprensión/apoyo/solidaridad/amistad/sexo maravilloso/respeto/compañerismo…, y que esté siempre ahí para mí, para hacerme sentir importante y para reconocer lo gran persona que soy». Sobre todo, casi exigen que alguien «me ame y me quiera por cómo soy». Y cuando alguien se acerca y se encuentra con esta larga lista de exigencias y (cosa previsible) huye a la carrera, la persona le echa la culpa al egoísmo de los demás porque nadie «quiere amarla». A veces se las reconoce porque suelen enunciar todo lo que hicieron y se sacrificaron por los demás «sin recibir nunca nada a cambio». Pero vuelvo a lo mismo: nadie es una herramienta para arreglar la vida de nadie. No hay nadie en este planeta que esté ahí «para hacerte feliz». Lo primero que esa persona quiere, como tú, es ser feliz ella misma. Si puede serlo contribuyendo a tu felicidad, miel sobre hojuelas. Pero en relaciones de pareja nadie es un medio para nadie: todos somos un fin para nosotros mismos. No hay que cargarle a nadie el trabajo de «hacerte feliz» porque ese trabajo es solo tuyo.
Por eso, las expectativas demasiado altas sobre una pareja, familia o amistad suelen conducir al fracaso: nadie quiere sentirse obligado ni agobiado por las exigencias de amor/deber/cariño de los otros. Las personas demasiado exigentes suelen estar abocadas a la soledad, o a estar rodeadas por personas que no las soportan, pero a las que pueden chantajear emocionalmente.
En primer lugar, hay que entender que para recibir hay que dar. Si eres una de esas personas que les echan la culpa a los otros porque no las aman como debieran, ¿qué estás dispuesto a dar tú a cambio? ¿Estás dispuesto a dar todo lo que tú exiges? ¿Estás dispuesto incluso a dar más? ¿Te esfuerzas por ser alguien interesante y atractivo, alguien que ofrezca algo de valor…? ¿O simplemente esperas a que vengan a ti los amigos o los amantes solo porque «tú los necesitas»? Si quiero recibir algo valioso debo ofrecer algo valioso. ¿Estás dando algo valioso? No entender que las relaciones tienen dos sentidos, no uno solo, puede llevar a serios problemas de soledad.
Y algo importante… Cuando doy, ¿lo doy para recibir algo a cambio o porque naturalmente soy así? ¿Es una transacción oculta e interesada? Por ejemplo, muchos hombres se quejan del egoísmo de las mujeres porque las invitan a cenar y les hacen regalos, pero la relación no va más allá de una bonita amistad. No obstante… ¿acaso puedes comprar lo que deseabas con regalos e invitaciones? ¿No será que para ti no son regalos, sino «pagos»? Porque entonces se trataría de una prostitución encubierta, y eso es algo muy feo. Si llamaras a una mujer a la cara «prostituta» comprenderías que se enojara contigo. Pero si le haces regalos y la invitas y a cambio crees que te debe sexo, ¿acaso no se lo estás llamando también, de otro modo?
Esto de los regalos e invitaciones «envenenadas» se extiende a muchos otros ámbitos. Podemos verlo en amistades, relaciones de pareja y en la familia. Cuando oímos eso de «yo te lo he dado todo, ¡y tú a cambio nada!», en realidad estás diciendo que no estabas dando, sino haciendo una inversión a futuro que ahora quieres cobrarte, quizás con intereses. Hay personas que deberían presentar contratos a la hora de hacer regalos o «dar» algo, especificando claramente lo que esperan recibir a cambio… Así, el que recibe el «regalo» podrá valorar si le vale la pena o no. Porque esas personas sí esperan recibir algo a cambio. Luego entonces no estaban regalando ni dando nada, porque un regalo, por propia definición, no precisa ninguna contrapartida, y no se puede exigir nada después de entregarlo. De otro modo, ya no sería un regalo.
Por eso, cuidado con los «regalos», «invitaciones» y lo que se le «da» a los demás, esperando de algún modo una contrapartida, porque también son expectativas irreales que conducen de manera indirecta a la soledad. Si les exiges a los demás que te devuelvan tales regalos es muy posible que cada vez quieran verte menos, porque en justicia sienten que les has engañado y que pretendes ahora chantajearles. Y a nadie le gustan ese tipo de exigencias maliciosas.
Todo esto es muy claro en cuanto a los regalos materiales, pero hay otro tipo de chantajes más sutiles y encubiertos. Por ejemplo, si un padre les dice a sus hijos que le deben todo el amor y los sacrificios que ha hecho por ellos, en realidad les está diciendo que ese amor y esos sacrificios no fueron desprendidos, sino (como ya se dijo) inversiones a futuro. Esto suena cruel, pero no entenderlo es fuente de mucho dolor en las familias. El amor nunca «se debe». El amor se da o no se da, pero no se le «debe» a nadie. Quizá sí se puede decir que, por cuestiones éticas, morales o de orden social, alguien «debe» hacer este tipo de cosas. Pero exigirlas por amor es sucio. De hecho, normalmente, cuando se ama de forma desprendida es natural que los demás quieran ayudar.
Ocurre algo parecido en ciertas parejas, cuando uno le achaca al otro que «sacrifiqué mis aspiraciones/estudios/trabajo… ¡solo por estar contigo!», para así exigir contrapartidas. Sin embargo, la única realidad es que cada cual es responsable de sus propias decisiones, y si la persona en cierto momento eligió aquello fue porque así lo prefirió, porque en la balanza de sus necesidades, seguir con la relación le pareció lo que le daría más felicidad a largo plazo. Al fin y al cabo, nadie elige ser infeliz. Es más maduro y responsable reconocer que todos hacemos lo que hacemos para buscar nuestra propia felicidad, y si en ella encaja la persona amada, lo hacemos no por ella, sino por nosotros, para ser más felices en un proyecto común. Hay que ser responsables de las decisiones personales que se toman y no echarle la culpa de los resultados a los demás.
Los chantajistas emocionales (que exigen después un pago por su amor, sus invitaciones, sus regalos, etc.) no suelen entender una regla básica en los seres humanos: cuanto más tratas de retener a alguien, con más fuerza intentará irse. A nadie le gusta ser forzado a hacer nada que no quiera hacer, ni siquiera por alguien que «se lo dio todo». De un modo u otro, la persona que exige se verá cada vez más sola. Este tipo de soledad del chantajista emocional es muy amarga porque ni siquiera entiende por qué «le hacen esto».
También hay quienes se esfuerzan por ser amables, bondadosos y desprendidos y luego se quejan si los demás rehúyen su compañía. Incluso, puede sorprenderles ver a personas a las que no les importa nada la opinión ajena, rodeadas de gente que los admira, mientras que quien se esfuerza por ser muy bueno con los demás, no tiene a nadie. En realidad, lo que la gente admira es la honestidad y la naturalidad, no una amabilidad forzada para ver qué consigo a cambio. En las relaciones, la honestidad suele tener un valor gigantesco. Por supuesto, esta cuestión no es de absolutos, sino de grados y matices, pero la honestidad a la larga suele abrir las puertas de las relaciones humanas, no cerrarlas.
Otra expectativa a menudo exagerada es la de «envejecer junto a alguien…» ¡a toda costa! A la mayor parte de la gente le horroriza imaginar que puede envejecer sin una pareja estable. Gracias a este miedo, muchas personas se han odiado en silencio (o a gritos) durante decenios solo para no «envejecer solas». La falta de pareja sentimental estable no es en sí un problema; solo depende del enfoque. Este es un mundo lleno de pasiones: un trabajo o afición absorbentes, una misión que dé sentido a la vida, el deseo de conocimiento, viajar, actividades fascinantes… No es imprescindible vivir emparejado para ser feliz. Cada persona tiene su propia idea de la realización personal y puede que en ella haya una pareja, o puede que no. En todo caso, hay que preguntarse si realmente ese deseo de vivir en pareja hasta la muerte es real, o no forma parte de una programación publicitaria social.
La soledad en la vejez
La vejez no tiene por qué ser un agujero horrible de auto conmiseración y soledad. Es responsabilidad de cada uno de nosotros el esforzarse por vivir con intensidad y placer todas las etapas de la vida; la vejez es una más. Recordemos lo que se dijo: no puede exigirse a nadie que te haga feliz, tampoco en la vejez, porque nadie quiere ser un medio para otros, sino un fin para sí mismo. La responsabilidad de ser felices, el trabajo y el esfuerzo de ser felices, de que nos satisfaga nuestra vida, es personal e intransferible. Vivimos con otras personas y amamos y somos amados por otras personas, pero la responsabilidad sobre mi vida es solo mía, no puedo transferírsela a nadie. Si se transfiere puede que los demás cumplan con las expectativas, o puede que no. En este último caso, e incluso con las mejores intenciones, todo puede desembocar en un fracaso.
La vejez es un asunto totalmente equivocado en nuestra sociedad. Cuando somos más vulnerables y débiles es cuando debemos desarrollar mayor resistencia y fortaleza emocional y psicológica. Es lo más lógico: podemos relajarnos cuando todo va bien, pero cuando las cosas empiezan a fallar y estamos en peligro es cuando más fuertes y decididos debemos ser. Sin embargo, en nuestra sociedad el mensaje es que a partir de ciertas edades los mayores deben tirar la toalla, claudicar de tener pasiones, aspiraciones y sueños, retirarse a un lugar apartado donde no den problemas ni hagan ruido, e irse marchitando poco a poco, sin molestar. Pero un anciano, a pesar de sus limitaciones físicas, puede aún viajar, enamorarse, quizás bailar y practicar deporte, tener una pareja también anciana e incluso casarse, fundar empresas, emprender estudios, conocer personas y enriquecer su vida lo máximo posible. En las sociedades antiguas los ancianos dirigían el Senado, las Repúblicas, las tribus y los pueblos; eran los que tomaban las decisiones difíciles porque tenían la experiencia de vida necesaria.
Aunque pueda parecer extraño, el tratamiento de la soledad en la vejez debe ser muy parecido al que se hace de ella en la juventud o adultez. La persona, incluso con sus achaques, y mientras su mente rija correctamente, puede recibir terapia psicológica y puede tomar una responsabilidad clara y decidida para vencer su soledad. Igual que una persona más joven, no debería volcar el trabajo de solucionar sus problemas en otros, sean amigos o familiares. Debe volver a tomar el volante y conducir el coche que es su vida, porque a ese coche puede que le queden más años de los que cree. Y si le quedan pocos, al menos, que viaje por la autopista que quiera, con alegría, ilusión, esperanza y ganas de ser feliz. Es necesario romper moldes y considerar que cada persona puede combatir y acabar con la soledad en su propia vejez. Que también entonces hay mucho mundo y mucha gente aún por descubrir, y disfrutar.
Por otro lado, en nuestra sociedad cada vez hay más personas que por unas razones u otras van a envejecer solas, sin pareja y sin hijos. Esto puede gustar más o menos, pero es un hecho demográfico indudable. Estas personas deben entender que tienen que hacerse cargo de su propia vida en la vejez, y hacerlo con firmeza. Sin duda, cada vez habrá más empresas y opciones para quienes van a envejecer sin pareja ni hijos, pues al haber más demanda surgirá más oferta. Es necesario mirar este asunto con sentido práctico e irse preparando, tomando las decisiones necesarias para hacerse cargo de nosotros mismos también en el crepúsculo. Y no renunciar, hasta que no sea del todo imposible, a disfrutar de este maravilloso regalo que es la vida.
Soledad existencial
En este apartado abordo la soledad no desde un punto de vista coyuntural, sino holístico: existencial. Hay una serie de miedos o problemas que no dependen de las circunstancias, sino que son anejos a la propia vida, a la existencia humana. Uno de ellos es la muerte: todo ser humano ha de enfrentarse tarde o temprano a la idea de su propia muerte y cada cual debe buscar su propia respuesta a sus propias preguntas (ver: Afrontar el miedo a la muerte). Al menos, debe ser capaz de hacer las paces con ese problema existencial para seguir adelante con fuerza e ilusión. La soledad tiene también un enfoque de vista existencial. Algunos dicen que «nacemos solos y morimos solos». Aunque necesitamos a los demás, no podemos escapar de nosotros mismos, de nuestro cuerpo y nuestra mente, por lo que en cierto modo también estamos siempre aislados. Este tipo de soledad existencial tarde o temprano el individuo va a sentirla, y es bueno que así sea, porque al encararla puede formular preguntas cuyas respuestas den más sentido a la vida.
¿Es tan mala la soledad? ¡La soledad puede ser maravillosa!
Imagina una mujer a la que llamaremos «Margarita». Su novio acaba de cortar con ella, le ha dicho que ya no la quiere y, además, ha encontrado a otra persona de la que sí está enamorado. Margarita está destrozada y no para de llorar porque ha perdido al «hombre de su vida». ¡Nadie podrá ya nunca volver a hacerla feliz! ¡Era su media naranja! No deja de pensar en él y ve su futuro como un callejón oscuro de soledad, o quizá con otras relaciones fallidas. Poco a poco, el dolor se va calmando. No le queda más remedio que vivir sola, aunque eso le llene de angustia… ¡Envejecer sola, sin nadie a su lado! ¡Horrible! El miedo va haciéndose soportable y el recuerdo de su amado se va difuminando. Llama a una amiga suya que hace tiempo que no ve. Además, decide apuntarse a un curso de escalada (para probar) y aprender alemán. Al fin y al cabo, ya no tiene novio y tiene que llenar las horas del fin de semana. Disfruta sus nuevas actividades y encuentra otras aún más satisfactorias. Empieza a dejar de tener la necesidad de «estar con alguien» a toda costa. Puede tener relaciones ocasionales, o no, y encuentra un raro placer en pensar sobre sí misma y su vida. Se apunta a un taller de meditación Mindfulness (ver: Especialidades: Mindfulness online) y halla un gran placer en la paz del silencio. Decide que ya no necesita estar emparejada con nadie. Tiene amistades, tiene un grupo de escalada con el que luego se va de copas, amigas, y planea cambiar de trabajo porque el suyo le aburre y ya no se conforma solo con recibir una nómina a cambio de ocho o diez horas de vida al día. Quiere disfrutar con lo que haga, quiere un trabajo que le guste tanto que no desee jubilarse nunca… Piensa: «¡La jubilación es para los que odian su trabajo! ¡Yo no me jubilaré!». Y está planeando un viaje a Berlín para practicar su alemán. Ese deseo espantoso de «estar con alguien», ¡ha desaparecido! De un modo extraño, inimaginable antes, se siente cada vez más dichosa con su vida. Sola.
Esta es una situación por la que han pasado innumerables personas: de odiar y temer a la soledad, llegan a valorarla como algo tan precioso que no van a perderla a cambio de cualquier relación, ni a cualquier precio. Ni siquiera les importa la perspectiva de vivir solos durante muchísimo tiempo. Es más, tal cosa les parece un futuro delicioso y lleno de posibilidades.
¿Es tan mala la soledad? ¿O es que hemos sido programados para aborrecer la simple idea de «vivir solos»? ¿Es tan imprescindible «vivir en pareja» para hallar la realización personal, o es quizás una especie de deber que impone la sociedad al individuo?
La soledad puede tener aspectos positivos. Uno de ellos es que da más libertad e independencia. Además, fomenta la exploración de sí mismo, de su historia personal y sus circunstancias. A través del autoconocimiento puede hallar por primera vez sus claves íntimas. Hay quienes pagan para pasar sus vacaciones en una habitación humilde de un monasterio y vivir en la paz y el retiro, como si fueran monjes. Muchas personas han vivido fantásticas experiencias de madurez en la tranquilidad de retiros espirituales. La soledad es muy adecuada para hallar un sentido religioso o espiritual, para meditar o rezar en la naturaleza, en casa o en el templo. Podemos encontrar algo trascendental que entre el bullicio cotidiano es más difícil de sentir.
La soledad, además, obliga al individuo a fortalecerse, a arreglárselas por sí mismo, a no depender tanto de otros. Una persona «solitaria» se ve obligada a ser resolutiva porque nadie más tomará las decisiones de su propia vida. Eso da solidez y estabilidad.
En ocasiones, resulta necesaria una buena cantidad de soledad cuando nuestra vida está sumida en el caos y el descontrol. Para vencer adicciones, obsesiones, estrés, angustia… La soledad puede ser valiosa (ver Tratamientos: Obsesiones y compulsiones. Ver Tratamientos: Ansiedad).
La única persona que nunca te va a dejar solo
Solo hay una persona en este mundo de la que nunca te vas a separar y que nunca te va a abandonar, hagas lo que hagas. Incluso aunque no te guste, ¡esa persona seguirá contigo! Esa persona eres tú.
Nos obsesionamos con buscar una relación de pareja perfecta, una relación de amistad perfecta, relaciones laborales perfectas… ¿Pero te has ocupado de la relación que tienes contigo mismo? ¿Te has ocupado de conocerte bien, de agasajarte, de preguntarte cuáles son tus prioridades, tus aficiones, tus claves personales, aquello que da sentido a tu existencia? ¿Te has preguntado qué quieres hacer con tu vida, qué le da sentido, en qué quieres trabajar, si quieres seguir haciendo lo que haces o cómo puedes cambiar lo que ahora no te gusta? Quieres conocer a tu amante, tu cónyuge, tu amigo, tu hijo o tu padre, pero… ¿te conoces a ti mismo?
Pasamos mucho más tiempo preguntándonos acerca de otras personas, de sus sentimientos y emociones, que haciendo lo mismo con nosotros mismos. Si quieres conocer a alguien especial, que te haga sentir especial y maravilloso e importante, alguien que te pueda hacer feliz durante todos los años de tu vida… Yo te digo que dejes ahora mismo todo lo que hagas y corras a mirarte en un espejo, ¡porque ahí vas a encontrar a esa persona!
En realidad, tú ya eres alguien especial, ya puedes hacerte feliz a ti mismo y ya puedes hacerte sentirte especial. No necesitas que nadie más te lo diga; solo necesitas creértelo. Las personas se pasan media vida corriendo unas tras otras, pero no cultivamos una relación honesta y profunda, de conocimiento y respeto, con nosotros mismos. Nos queremos menos de lo que queremos a los demás y hasta nos respetamos menos de lo que respetamos a los demás. Si no te gusta lo que ves al mirarte al espejo, si no te gusta cómo eres, ¿cómo esperas que los demás quieran estar contigo?
Las personas que disfrutan de su soledad no suelen ser misántropos o sociópatas que odien a sus semejantes, sino personas que han dedicado mucho tiempo y esfuerzo a conocerse a sí mismos y que tienen un diálogo interno rico y natural.
En ocasiones, el deseo de tener amigos, pareja y gente siempre alrededor puede que esconda un deseo de escapar de uno mismo. Si esto te ocurre, por muchas personas que conozcas en tu vida, nunca alcanzarás la satisfacción. Si huyes de tus problemas saltando de amistad en amistad y de relación en relación, siempre te sentirás en el fondo solo. Primero arregla tu casa y luego ve de visita a otras. Porque pasarás más tiempo en tu casa que en la de otros.
Es necesario conocerse bien y, sobre todo, entenderse bien. Para ello, suele ser necesaria cierta cantidad de soledad e introspección. Una manera magnífica de conocerse a uno mismo es a través de la terapia individual con un profesional de la Psicología Sanitaria.
¿Y qué puedo hacer para dejar de sufrir por mi soledad?
«Todo eso es muy bonito», me dirás, «¡pero yo sigo sintiéndome solo!» Está bien, te entiendo. Una vez que hemos analizado distintos aspectos sobre un problema tan amplio y profundo como el de la soledad emocional y la soledad social, vamos a «pasar a la acción», es decir, vamos a hablar sobre cómo acabar con el sufrimiento por la soledad.
En primer lugar, es muy conveniente que haya un trabajo de autoconocimiento, para determinar cómo se ha generado ese sufrimiento, es decir, los orígenes y las características propias de tu problema de soledad. Recordemos que cada persona es un universo en sí mismo y por ello es necesaria una exploración inicial para que puedas comprender tu problema y, por ende, comprenderte mejor en tu totalidad.
A menudo, las personas no saben delimitar por sí mismas sus problemas, o todo les parece confuso, o hay demasiadas ramificaciones e incógnitas, o las respuestas son tan dolorosas que ni siquiera se atreven a hacerse las preguntas necesarias. Esto es natural y humano, y la mejor manera de abordarlo es en el seno de una terapia individual, donde la psicóloga sanitaria hará contigo un necesario trabajo de exploración de tu pasado y tu presente, tu vida y tus circunstancias, para así explotar tus recursos y abordar tus debilidades, para tratar tu problema de soledad. Esto sucede en un entorno terapéutico seguro y confiable en el que puedes abrirte con libertad. Como siempre digo, la terapia individual es algo así como un traje hecho a medida para cada persona, atendiendo a sus propias características y necesidades.
Por ejemplo, puede que tu problema de soledad provenga de un duelo no resuelto tras la pérdida de un ser querido, o por una rotura de relación de pareja, o por haber sufrido abusos o traumas en el pasado, o por no encontrarte en un entorno social en el que puedas desenvolverte con fluidez, o por ese problema de expectativas demasiado altas hacia los demás, o por creencias irracionales de distintos tipos que provocan obsesiones y rechazo hacia los otros, o por baja autoestima y timidez, o por muchas otras razones, solas o entremezcladas. Todo esto puede ir saliendo en el trabajo conjunto entre tú y yo, en la terapia individual. Porque ante un problema el conocimiento siempre es poder, y el conocimiento sobre ti mismo te da más poder para solucionar tus problemas.
No obstante, no todo ha de consistir en el conocimiento y la exploración personal. Esto por sí mismo puede ser de gran ayuda; quizás resuelva el problema y te veas ya capaz de relacionarte con los demás, o simplemente deje de dolerte tu soledad.
Pero en muchos otros casos, seguramente la mayoría, se necesita actuar. Debes saber que no basta con el conocimiento. Tendrás que hacerte responsable de tu vida y pasar a la acción. Si sientes miedo hacia los otros, a buscar compañía, a salir de casa, a hablar con los demás, llegará un momento en que tendrás que enfrentarte a ese miedo. Perderle el miedo a la soledad consiste a menudo en «perderle el miedo al miedo»: atreverse a hablar con honestidad, aunque se teman las críticas, quedar con nuevas personas, asistir a lugares a los que siempre quisimos ir, pero no lo hacíamos por temor…
Tarde o temprano tendrás que exponerte a tus miedos, confrontarlos, y esto es muy importante que lo comprendas. Relacionarse con los demás puede ser un placer, pero también requiere coraje para soportar la mirada de los otros, y también la mirada que nosotros nos echamos a nosotros mismos. La buena noticia es que, si me permites ayudarte, esa exposición ha de ser paulatina, poco a poco, permitiéndote fortalecerte a base de pequeñas victorias, creando una personalidad cada vez más sólida y libre que no tema tanto a los demás. Con madurez, puedes llegar a satisfacer tus necesidades de amor, cariño, amistad, afiliación y compañerismo. Pero, aunque cada vez serás más fuerte y consciente de ti mismo, ese camino vas a recorrerlo tú, paso a paso, levantándote si te caes, andando cada vez con piernas más seguras, mirada más firme y clara y con una sonrisa creciente en tu rostro. Además, si hay algún tropiezo, al encontrarte dentro del proceso de la terapia individual, yo te puedo ayudar con herramientas y un entrenamiento adecuado, para que puedas sostenerte con solidez y volver a tu sendero de crecimiento personal, para que vayas haciendo y consiguiendo todo aquello de que ahora no te ves capaz de hacer ni conseguir.
Así es: puedes vencer el sufrimiento y el miedo asociados a tu soledad. Puedes abrirte a los demás y al mundo, puedes superar la mirada de los otros y sus críticas, puedes disfrutar de su compañía, puedes ponerles límites y ser selectivo con las personas que quieras (o no) tener cerca. Puedes comprender que la solución de tu problema no la tienen otros, sino solo tú, que eres el responsable de tus pensamientos y emociones, y que puedes controlarte y fortalecerte. Y así, empezarás a disfrutar y a sentirte más seguro y confiado tanto en compañía de los otros, como en compañía de ti mismo. Entenderás que hay momentos para la compañía y momentos para la soledad, pues ambas, compañía y soledad, son caras de una misma moneda: tu vida. Puedes entender que es posible disfrutar con plenitud de ambas.
Me gustaría ayudarte a resolver tus problemas de soledad. Una buena forma de conseguirlo es a través del proceso de la terapia individual, de la mano de una profesional de la Psicología Sanitaria, en NVAG Centro de Psicología.
Si quieres saber cómo puedo ayudarte, en este o cualquier otro problema, puedes conocer