Abelardo Inseguridad se siente muy mal, debido a un problema que ya viene de lejos y que conoce bien… Tiene que tomar una decisión, una decisión aparentemente sencilla para muchas personas, pero todo un mundo para él. Necesita tomar ya esa decisión, sin más demora, porque en tres días se le acaba el plazo del descuento; quiere comprarse un coche y no sabe qué color escoger. ¡El dichoso color! ¿Gris, rojo, negro, azul…? Y si escoge el azul, por ejemplo, ¿es mejor el celeste, cobalto, marino o cualquier otro de la gama? ¡Y además aún le queda por decidir si debe ser en tono mate o con brillo! ¡Horrible! Le costó muchísimo escoger el modelo y accesorios, aunque por suerte su amigo Celestino Todolosé le echó un cable para explicarle cuál debía elegir. Hoy también iba a contar con él para elegir el color, pero en el último momento Celestino… ¡le ha dejado tirado! Le dijo por teléfono: Mira, Abelardo, machote, lo mejor es que escojas el color que más te guste a ti, y no me cuentes más rollos que tengo muchas cosas que hacer. Abelardo está petrificado; piensa: ¡pero si yo ni siquiera sé cuál me gusta a mí! ¿Qué hago? Y no se decide… Y lo peor es que no puedo cambiar de color cada semana, ¡el color durará años en mi coche! A mí el amarillo me gusta, pero no sé, no sé… ¡Y otra cosa! ¿Cómo debo pagarlo? No sé si pagarlo a plazos o todo de golpe… Tengo el dinero, pero quizás sería mejor pagarlo a plazos para no quedarme sin ahorros; no obstante, si lo pago de golpe elimino los intereses… ¡No sé que hacer! ¡Ah, ya lo sé! Voy a llamar a Violeta Decidida, ella es una chica enérgica y seguro que sabrá perfectamente qué color y modo de pago debo escoger.
Los psicólogos sanitarios en nuestras consultas a veces encontramos a personas cuyo deseo es aumentar la seguridad en sí mismos. Son conscientes de su problema, lo tienen claro, necesitan sentirse más seguros a la hora de tomar decisiones. Como digo en todos mis artículos, en cuanto a las demandas psicológicas no hay recetas mágicas ni comodines que sirvan para todas las personas; cada una necesita su propio estudio, una evaluación de sus circunstancias vitales, de su personalidad, y cómo han llegado a tener ese problema, antes de adoptar una línea de trabajo. Esas líneas de trabajo en psicología son como los patrones para los diseñadores de moda: hay unos hitos y unos caminos básicos para cada problemática, pero el modo de recorrerlos puede ser muy distinto dependiendo de la persona que tengamos delante. Por ello, si buscas un psicólogo sanitario es una muy buena opción escoger a uno que tenga capacitación en distintas orientaciones y técnicas, pues a más herramientas y conocimientos, más recursos para ayudarte.
Respecto a la inseguridad para tomar decisiones, hay algunas causas razonablemente consensuadas. Por un lado, puede haber una predisposición biológica; parece que ciertos rasgos de la personalidad llevan a que una persona a tener más o menos inseguridad. En apariencia, las personas más sociales y extrovertidas están más abiertas a experimentar y arriesgarse que las personas solitarias e introvertidas… Pero generalizar es muy peligroso. No siempre ocurre así y las circunstancias personales también importan.
Además, influyen de manera poderosa el contexto y el modo de la crianza. Los estilos educativos muy protectores y/o autoritarios tienden a formar personalidades con más inseguridad. Imaginemos un niño al que le han dicho siempre que para ser amado y respetado debe ser bueno y obediente, cumplir con todas las normas y no salirse nunca de los márgenes de lo permitido; imaginemos un niño al que además se le ha reprimido su iniciativa para hacer cosas nuevas, porque sin el permiso de los mayores todo lo nuevo puede ser peligroso y tiene como recompensa no el amor y la ayuda, sino la reprobación e incluso el castigo. Antes de hacer algo, este niño habrá de preguntar primero a sus mayores (padres, profesores, tutores…). Como consecuencia, es muy fácil que crezca pensando que sus juicios personales no son del todo fiables y que al dejarse llevar por ellos no obtendrá el cariño ni la aceptación de sus semejantes. Necesitará guías, patrones, manuales que le marquen el camino y, sobre todo, necesitará líderes a los que seguir. Este comportamiento aprendido desde la infancia puede desarrollar el hábito de preguntar a otros porque se desconfía del juicio personal, sobre todo cuando choca con la opinión general. Buscará las reglas y normas para saber si lo que se propone está permitido y es aprobado por la comunidad. Buscará modelos de autoridad e incluso de autoritarismo y confiará en ellos no por la razón de sus argumentos, sino precisamente por su autoridad, por su fuerza y poder, aunque no entienda muy bien lo que le estén diciendo. ¿Cuántas veces hemos oído eso de Ese catedrático es una eminencia, así que tiene que llevar la razón; o Lleva muchos años en el oficio, así que mejor no le contradigo; o ese famoso No puedes entenderlo porque no eres hombre/mujer/padre/madre, etc. Como si los argumentos no fueran universales y capaces de ser comprendidos por cualquier persona racional, sea cual sea su sexo, edad o condición social o económica; como si la comprensión de una verdad solo fuera apta para una élite de individuos y el resto fueran pobres lerdos que deben aceptar todo lo que la élite les dicte, sin posibilidad de dudas. Y no olvidemos el devastador No preguntes, niño, que eso es cosa de los mayores.
Alguien educado de una manera rígida, demasiado autoritaria y/o protectora, se sentirá seguro y cómodo obedeciendo e incómodo tomando decisiones. Tendrá en alta estima las tradiciones y las imposiciones que vienen de antaño. Seguirá con fidelidad perruna a sus líderes políticos e ideológicos, se aferrará a unas siglas o una marca sin jamás cuestionarla y sin tolerar la más mínima crítica ni discusión. Abrazará los dogmas de sus líderes y los tendrá por sagrados, intocables, incluso enojándose y hasta montando en cólera cuando alguien ose ponerlos en duda. No tendrá la flexibilidad necesaria para cambiar de opiniones e ideas cuando las circunstancias lo exijan, por lo que puede sentirse fuera de época, al negarse a aceptar el devenir de las sociedades humanas, siempre cambiantes. Sin entrar en tantas profundidades, todos hemos visto a esas típicas personas mandonas y hasta agresivas que siempre llevan la razón, y al grupito de incondicionales que los siguen a todas partes.
Hay sistemas de educación autoritarios, a nivel estatal o familiar, donde se busca por todos los medios la seguridad antes que la felicidad, donde se ensalza el esfuerzo y el sacrificio antes que el disfrute y la satisfacción (el esfuerzo no es malo por sí, pero ha de ser una herramienta, no el fin último de la educación). Estos sistemas educativos han producido y producen incontables personas insatisfechas con su trabajo, incapaces de abandonarlo aunque lo odien, aunque sea alienante y embrutecedor, aunque cada día de jornada laboral sea una piedra de Sísifo. Porque se les inculcó desde la infancia que aprender y ganarse la vida no puede ser un juego ni algo divertido y alegre, sino algo duro, esforzado y sacrificado, y lógicamente obedecen esos patrones y los hacen realidad, de una manera u otra. También produce insatisfacción y vacío el mantra de busca siempre la seguridad monetaria, que lo demás no importa. Al muchacho que quiere estudiar Filosofía se le pregunta: ¿Y de qué vas a vivir? Y a la muchacha que quiere escribir poesía se le dice: Anda, déjate de tonterías y estudia algo que dé dinero. Vemos anuncios de prestigiosas universidades que aseguran un 90% de colocaciones tras la graduación. ¿Pero quién asegura la satisfacción y la alegría de trabajar en algo apasionante para ti? Todo esto desemboca en una incapacidad de tomar decisiones arriesgadas porque el valor supremo es la comodidad. Se cercenan las ilusiones, que siempre llevan implícito el peligro y la inseguridad, y se elige lo económicamente seguro. Estamos rodeados de personas cuyo único horizonte vital agradable no es la jornada laboral que le espera mañana mismo, sino esa jubilación paradisíaca que llegará en diez, veinte o treinta años, o esas vacaciones ante las cuales cuentan los días, o ese fin de semana que les librará del trabajo asqueroso que odian, pero al que están atados porque es lo más seguro. ¿Es este un modelo correcto de sociedad y de educación? ¿No deberíamos rompernos los cuernos para hallar la manera de que los chicos y chicas puedan llegar a ganarse la vida en algo que de verdad les haga felices y les dé satisfacción día a día, durante ocho o diez horas de jornada laboral, y que al mismo tiempo dé satisfacción y felicidad a otras personas? ¿No sería maravilloso un mundo en el que la mayoría de la gente se acueste deseando ya levantarse para ir a su trabajo?
La programación para buscar la seguridad es una eficaz máquina de matar vocaciones. Algunos temen emprender un negocio, no ya arriesgando sus ahorros, sino incluso a pesar de tener dinero de sobra. Temen comenzar una actividad que nunca han hecho por miedo a la frustración de no ser lo suficientemente buenos, el espantoso miedo a equivocarse, a fracasar y a que el resto de zombis le señalen con el dedo, como en la escena final de la película La invasión de los ultracuerpos (película metafórica de nuestra sociedad). En un caso extremo, estas personas se sienten cómodas (pero no felices) haciendo siempre lo mismo, exactamente lo mismo, con las mismas personas y en los mismos horarios. Desarrollan un bunker de zona de confort y no salen de él.
En ocasiones escucho con asombro esa cantinela de que solo los jóvenes pueden cambiar, que ellos son la única esperanza del mundo (y así de paso los adultos nos quitamos ese marrón de encima). Porque los adultos, los maduros, los viejos… no pueden cambiar. Esto es mentira. Soy psicóloga sanitaria y creo firmemente que EL CAMBIO SE PUEDE PRODUCIR A CUALQUIER EDAD. Y hablo no de cambios superficiales, sino de cambios profundos, de transformaciones vitales. O mejor dicho, no es que lo crea, es que miles y miles de pacientes que han pasado por una buena psicoterapia han cambiado y siguen haciéndolo, ahora mismo, en este momento. Esto está demostrado y medido en cientos de estudios serios. La posibilidad de cambiar positivamente el carácter, la mentalidad y hasta la personalidad no es opinable: es un hecho. A mí me encanta trabajar con personas mayores de 18 años, de hecho son mi especialidad, y sé que mientras tengamos un hálito de vida, incluso aunque tengamos noventa y nueve o cien años, y conservemos nuestras facultades mentales, ¡se puede cambiar! No hay mayor verdad que mientras hay vida hay esperanza. Podemos mejorar muchísimo, aunque nuestras circunstancias sean (o nos parezcan) negativas y abrumadoras. Por otro lado, también pienso que si no haces nada todo puede empeorar (te invito a que leas mi artículo EL VALOR DE LA ACCIÓN: ¡PONTE EN ACCIÓN!).
A montar en bicicleta solo se puede aprender pedaleando, y las habilidades para afrontar los miedos solo se pueden aprender enfrentándote a ellos. Hablando claro: pasando miedo y aguantando hasta que el miedo se va. Cuando nos enfrentamos a la responsabilidad de nuestras acciones y decisiones, cuando nos enfrentamos a la posibilidad de que nuestra decisión pueda llevar a un auténtico y rotundo fracaso… entonces ese miedo despierta, y es a partir de ahí cuando desarrollamos las habilidades para entrar y sobrevivir en lo desconocido, el abismo, el caos, el continente virgen que debemos explorar sin mapas ni guías. ¿Por qué ocurre esto? Porque eres un organismo falible y te puedes equivocar. No eres una Inteligencia Artificial ni un programa de ordenador de ajedrez. Te puedes equivocar y te vas a equivocar. Y seguirás equivocándote una y otra vez, y solo entonces aprenderás nuevas habilidades y te fortalecerás, extrayendo lecciones de los errores, levantándote tras cada caída, y por ello mismo siendo a la vez más experimentado y eficaz. No te voy a vender humo diciéndote que todo te va a salir bien, que vas a ir por un camino de rosas y que tu viaje hacia una vida satisfactoria será una senda recta y rápida. No hay ningún secreto cósmico ni demás tonterías. Las personas exitosas suelen tener detrás una larga senda de equivocaciones, errores, chapuzas, caídas y meteduras de pata; conocen la burla y la incomprensión de sus semejantes, conocen el rechazo, la soledad, el que te señalen como loco, han llorado y han sufrido, se han desesperado en ocasiones, han trabajado duro y se han mantenido firmes en sus sueños. No son inmunes al fracaso y a veces lo han sufrido. Pero para ellos no fueron en realidad fracasos, sino resultados que les aportaron un conocimiento valioso para el futuro, y por tanto no quedaron bloqueados en cada agujero negro, sino que aprendieron a salir a la luz. Si quieres cambiar de trabajo pero no te decides porque te puedes equivocar, ese es el momento de enfrentarte al miedo. Si valoras comprar una casa en el campo, gastando todos tus ahorros, te tienes que enfrentar a tu miedo. Si tienes dos posibles empleos y debes elegir uno, tienes que enfrentarte a tu miedo. Etcétera.
Incluso en las pequeñas elecciones cotidianas hay cierta cantidad de miedo… ¿Elijo postre de chocolate o una manzana? Si elijo repetidamente el postre me puedo poner muy gordo y enfermar, pero si elijo la manzana voy a perderme los pequeños placeres de la vida. Pero precisamente entonces puedes permitirte sentir la desazón y la inseguridad, y NO debes llamar a nadie para que te ayude con la decisión. En los asuntos grandes o pequeños, el miedo te va a decir que espabiles, que dejes de lloriquear y llamar a papá y mamá para que te lleven de la mano, que empieces a desarrollar estrategias personales (tus estrategias) para afrontar los miedos (tus miedos). Tendrás que crecer y fortalecerte tú solo, sí o sí.
Puedes pensar: vale, todo eso de enfrentarse al miedo parece muy bonito y heroico, ¿pero cómo diablos se hace?
Lo primero que te voy a proponer es una pequeña reestructuración conceptual: no tomes las decisiones como correctas o incorrectas, afortunadas o desastrosas. No caigas en ese binomio porque la vida suele ser más compleja que el SÍ/NO o BUENO/MALO de costumbre (te sugiero que leas mi artículo TODO/NADA). Toma tus decisiones más bien como distintos caminos que se abren hacia lugares diferentes. Y comprende que cada senda es potencialmente buena y potencialmente mala. En realidad, que tu decisión vaya a ser buena o mala es algo imposible de verificar ahora, pertenece al futuro y por tanto a tu imaginación. Estás anticipando vivencias y resultados que aún no existen, pero que ya das como reales. Solo el día a día te hará ver si el tipo de vida que estás llevando te hace sentir bien, y es en ese día a día, ese presente continuo, donde podrás felicitarte si las cosas funcionan, o bien tomar medidas correctoras en caso contrario. Pero aún no sabes si funcionará o no. Si elijo tomar el postre de chocolate grasiento es probable que acabe gordo y enfermo y ese camino me llevará a una serie de vivencias y aprendizajes que serán diferentes al camino del postre de la manzana saludable… Pero es una probabilidad, pues necesariamente mi vida no será menos plena. Es posible que mi yo gordo del futuro conozca personas maravillosas que jamás conocería mi yo delgado del futuro, aunque el yo delgado podría tener otro tipo de vivencias distintas, pero satisfactorias, que el yo gordo no tendría. Y por otro lado, tampoco sabes si acabarás gordo por tomar pastel de chocolate y delgado si tomas manzana. No lo sabes a ciencia cierta. Con esto no quiero decir que no uses la razón y la lógica para tomar decisiones equilibradas; evidentemente, si elijo beber ocho copas de whisky seguidas la probabilidad de que me emborrache y acabe haciendo el idiota ante la gente es tan alta que sería estúpido pensar que tal vez pueda mantener el autocontrol y la sensatez. Lo que quiero decir es que hay un grado de incertidumbre bastante alto en nuestras vidas, hay demasiadas incógnitas en nuestras ecuaciones vitales y no tiene sentido obsesionarse intentando prever el futuro. Debemos aceptar que existe una inmensa cantidad de caos que va a afectar a nuestras previsiones y que incluso puede barrerlas, y por ello mismo no sirve de nada sufrir excesivamente por lo que pueda llegar a pasar. Hay que hacer lo que uno buenamente pueda, pero también hay que aceptar que quizá las cosas no salgan como esperamos. Y no pasa nada.
La segunda propuesta que te voy a presentar es que reflexiones sobre lo que supone ceder la responsabilidad y el control de tus decisiones a los otros. Cuando sientes dudas y miedo puedes acudir por costumbre a pedir consejo a los otros. Esos otros siempre saben mejor que tú lo que hacer. Suelen ser personas que jamás responden con un no lo sé porque lo saben todo de todo. Son capaces de decirle a un fontanero cómo arreglar una tubería aunque nunca hayan visto una, lo que cada uno debe estudiar, con quién casarse, cómo decorar cada casa y seguramente incluso sepan hablar mejor el chino que el más docto de los chinos. ¡Todo lo saben! Suelen empezar sus sentencias con un Tú lo que tienes que hacer es… y ya te han arreglado la vida, la muerte y el Más Allá. Suelen ser el centro de atención en las reuniones, tienen mucha labia, carisma y una gran personalidad; aunque no tengan ni idea del tema, dan la impresión de ser unos expertos. Para alguien dubitativo estas personas son muy seductoras; si hablan con tanta seguridad y fuerza, ¿cómo no van a saber asesorarme y aconsejarme? Seguro que ellos saben mejor que yo lo que necesito, así que no me voy a arriesgar, les pregunto y se acabó… Si tras pedir el ansiado consejo el resultado es un horror, al menos siempre te quedará el patético consuelo de que en realidad no fuiste tú el culpable, fue él. Pero el problema te lo comerás tú. Y si el resultado es bueno el otro siempre podrá decirte: ¿ves? ¿No te lo dije? ¡Tú pídeme consejo a mí, que yo sí que sé! Y tú te quedarás tan contento porque una vez más no te has arriesgado a decidir por ti mismo. Pero cada vez serás más esclavo de tu propia incapacidad de decidir. ¿Adónde te lleva esta forma de actuar? A ser un esclavo de los otros.
Hay otro modo muy seductor de ceder el control a los otros. Hablamos de Internet. Hay tantísimas opiniones en Internet que si buscas en la Red una respuesta sencilla a una pregunta sencilla, con frecuencia te vas a volver loco en un huracán de datos y fórmulas contradictorias. Puede ocurrir que te quedes bloqueado ante los océanos de información: blogs, portales, webs, redes sociales, etc. Un ejemplo: Abelardo Inseguridad quiere hacer ejercicio físico y dejar de estar tirado en el sillón, comiendo patatas fritas y jugando a los videojuegos. Se está poniendo inmenso y además acaba asqueado de no hacer otra cosa que darle a los botoncitos. Sabe que debe cuidar su salud y mejorar un poco su cuerpo de escombro. Se ha propuesto hacer pesas y correr, pero no sabe cómo empezar. Entonces busca en Internet un programa adecuado de entrenamiento y encuentra… incontables youtubers del ejercicio físico, cada uno con decenas de vídeos sobre entrenamiento: qué comer, cómo descansar, cuántas repeticiones, hacer calistenia, hacer pesas, correr esprints o larga duración, qué zapatillas ponerse, cómo calentar, cómo estirar, cómo respirar, cómo descansar, cuánto tiempo para esto, cuánta frecuencia para la otro, cuánta motivación y hasta qué pensar mientras entrenas. ¡La cabeza de Abelardo va a estallar! Él solo quiere entrenar un poco para adelgazar y pasárselo bien, pero durante cinco días ocupa toda su tiempo libre viendo vídeos de gurús del entrenamiento físico, incapaz de decidirse por uno. Ahora está también tirado en el sillón y sigue comiendo porquerías, pero al menos antes jugaba a los videojuegos y estaba entretenido, mientras que ahora está podrido de indecisión. Quizás, lo que Abelardo podría hacer es simplemente pagar un primer mes en un gimnasio, entrar y dejarse llevar un poco por sus gustos y su intuición. Tal vez agarrar las pesas, sentir su tacto, su resistencia, hacer unos ejercicios básicos, respirar el ambiente, subir a una máquina y correr un poco, pedalear en la bicicleta estática o apuntarse a una clase de zumba o de boxeo, solo por probar, a ver qué ocurre… Es decir, dejarse llevar por sus propias sensaciones, y al mismo tiempo educándose para tomar sus propias decisiones. Lanzarse. Y si se equivoca no pasará nada, ya lo arreglará. Averiguará qué actividad le divierte y satisface y cuál no, y empezará a construir su camino, para después tomar los consejos que mejor se adapten a ese, SU camino; irá aprendiendo sobre la marcha, de manera fluida, mientras actúa, actúa y actúa. No te quedes atrapado en la sobresaturación de información de Internet: lee por encima sobre el tema que te interese, para obtener unas bases necesarias, y luego lánzate, a ver qué ocurre. Confía en ti. Incluso aunque te equivoques, confía en ti. La equivocación no es el final, forma parte de un proceso de aprendizaje y madurez que solo acabará cuando exhales tú último aliento.
¿Tienes miedo a equivocarte? Bien, pues yo te digo: equivócate, equivócate y vuélvete a equivocar. Equivócate mucho y saborea con placer el gusto de equivocarte POR TUS PROPIAS DECISIONES. La equivocación es la mejor escuela de esta vida, es donde más vas a aprender. Cada vez que te equivoques piensa: ¡genial, me he equivocado! ¡Genial, estoy desarrollando habilidades para afrontar el miedo! He sido valiente, yo tomé la decisión de arriesgarme a probar y he perdido, sí, pero ahora sé que lo puedo soportar. No estoy roto, ni muerto, ni mi mente ha colapsado. Soy libre de tomar mis decisiones y de equivocarme con ellas. Los listillos de siempre me critican y se mofan de mí, mientras ellos siguen estancados en sus vidas pastosas… ¿Y qué? Que se rían hasta que se les salga el estómago por la boca. Que me tomen por loco. ¡No dependo de nadie! Ahora soy más libre y en el futuro podré tomar decisiones más acertadas, ACORDES A MI FORMA DE SER, no a la de los demás. Así ha de ser. Porque… ¿de verdad piensas que los demás saben mejor que tú lo que te conviene? Sabes que no. Pero hay quienes necesitan autoafirmarse decidiendo sobre las vidas ajenas. No lo permitas. Respétate a ti mismo. Puedes equivocarte. Equivócate mucho. Lánzate a la equivocación (te sugiero que leas mi artículo LÁNZATE AL MIEDO).
La tercera propuesta es que empieces por decidir sobre cosas pequeñas y vayas avanzando poco a poco, entrenándote para desarrollar el músculo de la decisión y la seguridad. El paso más importante ya lo has dado y ese paso es precisamente darse cuenta de que eres tú quien debe tomar las decisiones de tu vida, y nadie más. Empieza por sentir un grado de ansiedad tolerable. Puedes ir a comprar ropa, o libros, o música o cine, obligándote a elegir uno o dos entre un inmenso abanico de productos. Ha de ser un sufrimiento pequeño, que puedas tolerar. Al principio sentirás que las dudas afloran, pero si te mantienes firme, si permites que el miedo permanezca en ti sin huir tú de él y continuas con tu objetivo de decidir por ti mismo, sin preguntar ni pedirle opiniones a nadie, verás que poco a poco esa desagradable sensación irá remitiendo. Y si practicas día a día, empezando por las pequeñas cosas que antes te incomodaban o causaban nerviosismo, comprobarás que cada vez toleras mejor esa sensación y que cada vez te cuesta menos decidir. Irás subiendo por la escala de miedos, dejándolos atrás, hasta que te resulte sencillo afrontar las grandes decisiones, las que implican incluso años enteros de tu vida (comprar una casa, un coche, estudiar una carrera, elegir o abandonar un empleo, iniciar, mantener o romper una relación sentimental, hacer un largo viaje, etc…).
Cíñete a una sola verdad: tú decides.
Espero que este artículo te haya servido para explorar tu propio interior, pues el viaje al interior es el más increíble de los viajes que puede hacer un ser humano. Recuerda que ante situaciones difíciles y complicadas visitar a un psicólogo sanitario puede ser una muy buena opción para clarificarte y superar aquello que ahora te hace sufrir. Si te ha gustado este artículo te invito a que te suscribas a mi Newsletter para recibir automáticamente mis entradas y así estar al tanto de diferentes e interesantes temáticas y recursos de psicología. Me encantaría verte entre mis suscriptores.
Que tengas un día maravilloso.
Artículo escrito por Natalia Aguado (Psicóloga Sanitaria y directora del centro NVAG Psicología).
NVAG Centro de Psicología es un centro sanitario en Alcobendas (Madrid), en el cual la psicóloga sanitaria Natalia Aguado ofrece servicios de psicoterapia. Para más información visita www.nvagpsicologia.com
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