El sufrimiento forma parte de la existencia humana. El propio acto de nacer es traumático y doloroso. La vida tiene una fuerte carga de amargura, desilusiones y frustraciones que todos los seres humanos, tarde o temprano, en mayor o menor medida, vamos a tener que soportar. Para los humanos el sufrimiento es una cara de la moneda de la vida, y es inevitable. Nuestras cogniciones, emociones y pensamientos son capaces de llevarnos a experimentar placer, dicha y armonía, pero también son capaces de hundirnos en el profundo y oscuro pozo de nuestras desgracias, hasta el punto de llegar a pensar en quitarnos la vida con el objeto de dejar de sufrir. Una de las cosas más terribles que puede ocurrirle a un ser humano es que no le encuentre ningún sentido a su vida. Este tipo de vacío es doloroso y devastador. De hecho, y aunque de la cognición de los animales irracionales se sabe muy poco, se cree que el ser humano es el único animal que puede desarrollar ideas y tendencias suicidas y llevarlas a término con éxito.

¿Y cómo puede la mente llevarnos hasta tal punto? Por ejemplo, a través de una mala gestión de nuestras emociones y pensamientos. Mis entradas Flexibilidad mental para sentirse bien: eliminar el TODO/NADA  y  Mantener la calma ante las emociones negativas te pueden ayudar a entender cómo nuestra forma de interpretar la realidad es capaz de destruir nuestro sosiego y hacer de nuestra vida un martirio, y además sin necesidad real alguna. Así, puede que tu vida a los ojos de los demás sea ideal, que vivas en una casa impresionante, que te sobre el dinero para poder disfrutar de todos los lujos y que estés rodeado de personas que te quieren; puede que todo en tu vida, para los ojos de alguien que no esté en tu interior, sea bello y dichoso. Y puede también que al mismo tiempo vivas sumido en la angustia y que cada latido te duela.

Los momentos de desconsuelo y frustración son algo natural y, frecuentes o no, forman parte de cualquier vida sana. Pretender que todo te saldrá bien y que siempre triunfarás en los ámbitos laboral, emocional, en las relaciones humanas o en cualquier otro asunto, que no tendrás problemas de salud, que las enfermedades o los accidentes te esquivarán ágilmente, que todo el mundo te va a tratar con honestidad, bondad y amabilidad, que la familia, la sociedad, la economía, la política, los sistemas y el mundo entero se van a reorganizar para no llegar a enojarte o desilusionarte nunca…, es decir, que yo soy Dios y que las personas y el universo van a ser y funcionar tal y como a mí me parece correcto… Eso es albergar expectativas tan irreales como peligrosas. De hecho, no es descabellado pensar que puede estar levantándose un tsunami a kilómetros de la playa en la que ahora estás y que ahora viene hacia ti, dispuesto a barrer las cosas que creías seguras y sólidas en tu vida: tu ego, tu identidad, tu posición económica y social, aquello que crees que da sentido a tu existencia… En definitiva, una ola inesperada que puede barrerte por completo; tal vez sí o tal vez no, quién sabe, y en cualquier caso no serías el primero ni el último al que le pasara. Por otro lado, con el transcurso de los años perderás tu juventud, tu belleza, tu agilidad y fortaleza físicas, sufrirás achaques y llegará el mayor tsunami: la muerte (véase mi entrada sobre la Afrontar el miedo a la muerte).

Sin llegar a extremos agoreros y morbosos, y sin obsesionarse, aunque tu vida transcurra con razonable comodidad va a haber momentos malos, muy malos y unos cuantos espantosamente malos (esperemos que pocos). Lo importante no es que se produzcan o no, sino la intensidad y frecuencia con que los sientas, el tiempo que continúes anclado en esa situación y sobre todo la capacidad que tienes para gestionarlo de la mejor manera. Si no sabes gestionarlos y te hunden cada dos por tres, ¿hasta qué punto dicha situación es soportable? ¿Puedes alcanzar el tipo de vida que quieres vivir? Los psicólogos sanitarios en nuestras consultas trabajamos a diario con el tormento humano y si llevas mucho tiempo así, si está interfiriendo negativamente en tu entorno y no ves una salida práctica, lo mejor es que visites a un psicólogo para salir de ese laberinto.

La vida es maravillosa y fascinante, es el mejor regalo que tenemos y deberíamos dar gracias todos los días y a todas horas por este grandioso viaje que es nuestra propia existencia. Pero para llegar a valorar lo bueno debemos estar dispuestos a afrontar lo malo. La persona más feliz no es la que ante los problemas y desgracias se esfuerza por sonreír como el Joker de los comics de Batman, con un rictus tenso, sin entender nada pero convenciéndose de que todo es bonito y maravilloso y todo es el piar de los pájaros y el color de las flores, negando cualquier situación incómoda y desgraciada, como si no existiera. Una persona feliz y dichosa tiene la mente educada y preparada para enfrentarse a lo malo y superarlo, y para seguir disfrutando de lo bueno. Es alguien que ha hecho el trabajo duro de conocerse a sí mismo. Como decían los antiguos romanos: Si quieres la paz… ¡prepárate para la guerra!

En esta entrada voy a dar unas pequeñas pinceladas para que, si te encuentras en una situación difícil, puedas adoptar una perspectiva de reflexión que quizás te ayude. Pero permíteme decirte que esto no es más que un artículo y que no se puede comparar con la potencia que tiene la psicoterapia hecha por un psicólogo sanitario. Estas pequeñas pinceladas no representan lo que es una sesión de psicoterapia. Una sesión con un Psicólogo Sanitario es algo más complejo y profundo, es la pintura y el cuadro entero. Dicho lo anterior, deseo que este artículo encienda una luz o te ayude a seguir un camino amable y efectivo para gestionar la confusión, el vacío y la pesadumbre.

Muchos templos de culturas antiguas (y también muchos de religiones y culturas más modernas) comparten características físicas que están llenas de simbolismo. Así, podemos observar sus escaleras y escalinatas hasta la cima, que podrían representar un largo y duro camino. En muchas catedrales, templos budistas, en zigurats, pirámides precolombinas, grandes templos griegos o egipcios, casi siempre se accede después de haber subido al menos una escalinata, en ocasiones una rampa empinadísima con cientos o miles de escalones. ¿Por qué el templo supremo no puede estar a ras del suelo? ¿Por qué ha de estar mínimamente elevado, a veces muy elevado, sobre el terreno firme y común que nuestros pies pisan a diario? Dependiendo de la altura en la que te encuentres tienes una perspectiva diferente y allá en lo alto la visión es distinta a la de cualquiera de las alturas anteriores de la escalinata. En muchos templos puedes hallar además en tu camino hacia arriba a criaturas desconocidas, gárgolas, demonios, monstruos, súcubos, seres malignos, fieros y amenazantes. Siguiendo con el jugueteo de simbolismos, no sería raro pensar que representan los miedos que nos inundan cuando vamos a emprender algo nuevo, cuando cruzamos la membrana o el umbral entre el ahora conocido y el después cargado de incertidumbre. Quizá todo esto sea una forma directa y clara de decirnos sin palabras que para conseguir la sabiduría, la dicha, la alegría, la iluminación, la paz, la fortaleza y el sentido hay que luchar contra la gravedad de la tierra, hay que romper con lo que ya conoces, el suelo cómodo en el que siempre has estado. Hay que prepararse y eso requiere esfuerzo y tiempo, no es gratuito. Además, el trabajo de subir has de hacerlo tú, no puede hacerlo nadie por ti. No puedes delegar esa responsabilidad en nadie más que en ti mismo. Pero la recompensa merece la pena.

Una historieta:

Violeta Desesperada se encuentra frustrada, desencantada y eso mismo: ¡desesperada! A pesar de haber hecho todo lo que estaba en su mano para aprobar la oposición, ha vuelto a suspender. Qué lejos quedan sus sueños… Ella desea con toda su alma ser profesora, pero ya es la cuarta vez que se presenta a las oposiciones y ha vuelto a suspender. Es triste y devastador. Sus sueños se rompen como lo hace un cristal fino arrojado contra un muro. Siente que ha perdido mucho tiempo y energías, ¿y para qué? Para cosechar un nuevo fracaso. Se hace mil preguntas: ¿Debo volver a presentarme? ¿Estoy ya cerca de triunfar? ¿Quizás la próxima vez apruebe? ¿O bien debo abandonar este objetivo? Y es que duele tanto, tanto, tanto… No sé qué hacer.

Ella está en una encrucijada. Puede seguir intentando aprobar la oposición para conseguir su sueño de tener una plaza vitalicia de profesora o renunciar de una vez por todas porque esto no tiene sentido. La decisión correcta no la sabemos nosotros. No sabemos qué puede pasar si sigue intentándolo. Es posible que apruebe la próxima vez, pero también es posible que no apruebe hasta que se presente tres veces más, y también es posible que se presente muchas veces y jamás consiga la plaza. ¿Qué hacer?

En la Psicología hay muchos caminos de indagación y exploración. Aquí te presento uno, pero piensa que este camino es solo una posibilidad: hay cientos de modos para abrirnos a nuestra creatividad y averiguar qué es lo que más nos conviene.

Este modo consiste en que Violeta Desesperada haga un esfuerzo real e intenso para responder de forma absolutamente honesta y exhaustiva a todas las siguientes preguntas, aunque le lleve horas o incluso días reflexionar sobre ellas, hasta hallar respuestas claras y precisas (recuerda: hay que subir la escalera):

  • ¿Para qué quiero conseguir una plaza de profesora?
  • ¿Qué quiero obtener de mi plaza de profesora: dinero, seguridad, prestigio, comodidad, ¿ayudar a otros…?
  • ¿Cuál es el valor fundamental que me mueve? ¿Cuáles son mis valores más importantes? ¿Los satisfaría siendo profesora?
  • ¿Cómo puedo acercarme y dedicarme poco a poco, día tras día, a ese valor mío, propio y personal? O bien, ¿cómo puedo dedicarme por completo a ello?
  • ¿Qué es lo que más me gusta de ser profesora?
  • ¿Qué es lo que menos me gusta de ser profesora?
  • ¿Eso que quiero conseguir lo podría conseguir haciendo otro trabajo?
  • ¿Realmente ser profesora es la única manera de vivir mi valor? ¿Habría alguna otra actividad en la que yo pudiera vivir ese valor?
  • ¿Si no ganara nada de dinero querría ser profesora?
  • ¿Estaría dispuesta a emplear mi tiempo de ocio en enseñar, sin cobrar nada, solo placer? En caso negativo, ¿qué otras actividades llevaría a cabo en mi tiempo libre, gratis, solo por satisfacción personal?
  • ¿Estoy segura de que el deseo de ser profesora es totalmente mío u otros me lo han inculcado de manera directa o indirecta? ¿Quiero ser profesora porque es lo que la familia, la sociedad u otros esperan que yo haga?
  • ¿Me merece la pena que siga intentando aprobar la oposición? ¿Qué voy a ganar si continúo en mi empeño? ¿Qué voy a perder?
  • ¿Qué pasaría si no aprobara nuevamente la oposición?
  • ¿Qué pasaría si no aprobara jamás la oposición?
  • ¿Qué podría hacer si renunciara a presentarme a las oposiciones?
  • ¿Podría buscar otra forma de enseñar que no fuera presentarme a las oposiciones?
  • Si renuncio y no vuelvo a opositar, ¿qué he aprendido?

Esta última pregunta conecta con la más importante de todas: ¿qué he aprendido de todo esto?

Como verás, se trata de sumergirte y buscar en las profundidades de tu ser dos cosas: 1) cuáles son los valores reales que te mueven, y 2) si este es el mejor camino o has de buscar otros, para vivir con plenitud esos valores tan ansiados.

Cuidado: no hablo de objetivos, sino de valores. Un objetivo es ganar cinco mil euros pintando y vendiendo un cuadro maravilloso. Eso es concreto y una vez que se consigue, se acabó. Un valor es vivir entregado a la pintura, pintar para disfrutar el poder y la belleza del arte, y luego mostrárselo a los demás para que ellos también vivan el arte: eso es un valor para toda la vida que te sostendrá aunque en lugar de cinco mil euros ganes solo quinientos, o cincuenta, en cada cuadro. El objetivo es hacer cien flexiones seguidas, pero el valor es disfrutar del ejercicio físico todos los días, sentirte mejor con tu cuerpo y tu mente y, quizás, dedicarte a ello profesionalmente para vivir feliz durante ocho horas, en lugar de emplearlas en un empleo que no te llene (aunque ganes menos y vivas con humildad), y al mismo tiempo enseñar a otros a disfrutar del ejercicio físico. El objetivo es crear una empresa para forrarme en cinco años; el valor es crear mi propia empresa para ofrecer productos útiles y satisfactorios a mis clientes, para que ellos estén satisfechos usándolos, que hagan sus vidas un poco más felices, disfrutando además yo del proceso y amando mi trabajo, hasta el punto de que si no me forro con ello pero al menos vivo dignamente, tampoco me va a importar mucho. El objetivo es conseguir un puesto fijo en una empresa o ministerio, aguantar como sea mis ocho horas día tras día y cuando llegue la jubilación ya tocará disfrutar; el valor es sentirme útil en mi trabajo, tanto para mí mismo como para la sociedad, comprender que haciendo bien mi trabajo, con profesionalidad y esmero, hago el bien para los demás en la parte que me toca, que contribuyo a que las cosas funcionen y que por tanto soy útil y valioso. El objetivo es ser una estrella del rock, beber sin parar, meterme todo tipo de drogas y acostarme con mil mujeres bonitas (algo que al final lleva al hastío y/o la muerte); el valor es crear música que me emocione y que emocione a cada una de las personas que la escuche, ya sean solo cien, o un millón.

Uno de los grandes problemas de esta sociedad es que a los adolescentes no se les enseña a buscar su futuro profesional en función de sus propios valores existenciales, sino en función de los objetivos materiales que obtienen de un empleo. Porque al final los objetivos, por sí mismos, no dan felicidad ni sentido a la vida. El sentido lo dan los valores. Por eso hay tanta gente con un vacío existencial a los cuarenta, cincuenta o sesenta años (también a los veinte), porque vivimos en la profunda mentira del ¡No corras riesgos, la seguridad ante todo!, o aún peor: Coge el dinero y corre, y que les zurzan (ejemplificado en muchos políticos, que deberían ser los que dieran más ejemplo). Pero algún día, tal vez, llegará un momento en que mires hacia atrás, y entonces tu cuenta corriente no te salvará de la profunda sensación de sinsentido de toda tu vida. Y eso es tan duro que ninguna riqueza puede compensarlo. Esto no quiere decir que la riqueza sea mala por sí misma, sino que es un medio y no un fin. Alguien que se enriquezca para crear una fundación para niños desprotegidos necesitará ser rico, así que el dinero puede ser un magnífico instrumento… Pero no es el valor en sí. Y es posible ser feliz viviendo de manera humilde, pero digna. Hay misioneros, monjes, voluntarios y activistas en todo el mundo que se sienten realizados y plenos, incluso a pesar de los desastres que ven a diario, viviendo con lo puesto, con mucha humildad, sin televisión de plasma ni un coche en el garaje. Lo que hace una vida útil, plena y llena de sentido es la entrega a los valores. Los objetivos tienen fecha de caducidad, pero los valores, los valores honestos y reales de cada persona, los más importantes para ti, estarán siempre en cada uno de tus latidos, hasta el último. De hecho, quien vive entregado a sus valores suele tener más capacidad para recuperarse de los golpes y desilusiones de la vida, porque sus propios valores le sostienen y levantan, una y otra vez.

Efectivamente, no es fácil tomar decisiones ante las encrucijadas de la vida. No existe el manual Cómo Tienes Que Vivir Exactamente Tu Vida, y quien pretenda vendértelo o es un ignorante o un timador, o ambas cosas. Por ello, no nos queda más opción que aprender a vivir con el riesgo que supone tomar decisiones y subir la escalera escalón a escalón, hasta llegar al templo. Ahora bien, si en lugar de concentrarte en los objetivos profesionales, de relaciones, monetarios o cualesquiera otros, buscas tus propios valores eternos, tuyos y solo tuyos, a los que dedicarías tu vida entera, ya seas millonario o ya vivas de manera humilde, puedes tener una brújula poderosísima que señalará tu Norte y que puede guiar tu barco incluso en medio de la tormenta, para llevarte a buen puerto. Así, ante la desesperanza y la confusión quizás la solución sea no centrarse en los objetivos cumplidos o incumplidos, sino en los auténticos valores que dan sentido a tu existencia.

Espero que este artículo te haya servido para explorar en tu interior. Recuerda que ante situaciones difíciles y complicadas visitar a un psicólogo sanitario puede ser una muy buena opción para clarificarte y tomar una decisión, fruto de una reflexión madura y meditada, y no como respuesta a una emoción precipitada e impulsiva.

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Que tengas un día maravilloso.

Natalia Aguado (Psicóloga sanitaria y directora de NVAG Centro de Psicología).

NVAG Centro de Psicología es un centro sanitario en Alcobendas (Madrid), en el cual la psicóloga sanitaria Natalia Aguado ofrece servicios de psicoterapia. Para más información visita www.nvagpsicologia.com